«ADIOS A LA REINA»

Versalles, ese mundo aparte

Julio 14, 1789, París. El pueblo se toma violentamente La Bastilla y con ello se inicia la Revolución Francesa. Pero la cámara de esta película no está allí; está en el Palacio de Versalles, tan lejos de París como se podía estarlo en el siglo XVIII.
En las habitaciones de criados es despertada con urgencia Sidonie (Léa Seydoux, “La vie d’Adéle”). La reina la espera en el Trianon para que le lea alguno de sus libros, porque está aburrida. De eso se encarga Sidonie.
Marie Antoinette (Diane Kruger) se despereza en su cama, pide que le traigan mostrarios de géneros tras ojear una revista de modas porque se le ocurrió un nuevo vestido.
Desde la privilegiada mirada de Sidonie los espectadores recorremos todos los pasillos, jardines y rincones de Versalles y nos vamos enterando de a poco, y muy parcialmente, de lo que está sucediendo allá afuera.
Porque ninguno de quienes están dentro de palacio llega a saber que se está muriendo la monarquía, que muy pronto caerán, literalmente, miles de cabezas, las primeras, las de ellos mismos, esos inútiles cortesanos que circulan de un lado a otro tras los muros de Versalles, tocando campanillas para que los atiendan sus criados.
Mientras se suceden los hechos más dramáticos y trascendentes que conozca la historia, para Francia y para el mundo entero, este universo paralelo sigue funcionando en sus vacuas rutinas. La enigmática Sidonie es la única que parece mantener en pie un inexplicable sentido de la dignidad, el honor y la lealtad, independiente de la moneda con que se le pague.
“ADIOS A LA REINA” es bellísima de ver, con sus claroscuros dramáticos, y la belleza de los salones alumbrada por la chimenea donde la reina quema cartas de sus amantes y listas de gastos, este filme carga con el Oso de Oro en el festival de Berlín, el César a la mejor fotografía, diseño de vestuario y diseño de producción.
Imperdible.