Reparto: Daniel Muñoz, Aline Kuppenheim, Horacio Videla, Roque Valdero. Dirección y guión: Miguel Littin. Chile/Venezuela, 2014. Duración: 90 minutos. BUENA, INTERESANTE, TENSA.
Reparto: Daniel Muñoz, Aline Kuppenheim, Horacio Videla, Roque Valdero.
Dirección y guión: Miguel Littin.
Chile/Venezuela, 2014. Duración: 90 minutos.
BUENA, INTERESANTE, TENSA.
Allende como el héroe trágico de Littin
El amanecer en la residencia de Tomás Moro del 11 de septiembre de 1973 está marcado por movimientos y pasos nerviosos. El GAP premunido con armas largas en la puerta, el secretario de prensa ingresando a despertar al Presidente. En la casa hay un ajetreo de los cercanos a Salvador recibiendo y trayendo las inquietantes noticias de la mañana.
Allende (Daniel Muñoz) se yergue en su cama, se sienta de espaldas a la cámara y le dice a quien ha entrado con la información de que la Armada se ha sublevado en Valparaíso: «Avise al general Pinochet».
Hay al menos dos méritos fundamentales a destacar en esta película: su opción por la mirada intimista, personal, y su decisión de acotar (no sólo la extensión del metraje).
En lo que respecta a lo primero, esto es relevante porque legitima y le da valor a la subjetividad que toda biopic finalmente ha de tener (aunque casi nunca ello es explicitado), desde el momento en que la hora y media en que transcurre la película se produce en interiores y prácticamente no despega la cámara de su protagonista y un grupito de sus cercanos.
En lo segundo, elegir y concentrarse en aquellas últimas y dramáticas siete horas de vida de su protagonista es precisamente lo que permite escudriñar a la persona, el hombre en su laberinto, como dice el título. La cámara se concentra en Allende y en sus diálogos e intercambios con quienes se mantienen a su lado, quienes llegan a acompañarlo y también con aquellas personas con las que se comunica, o intenta, vía telefónica o a través de recados.
La película fluye, se desliza con la tensión esperada y rehúye lo melancólico. ¿Una opción por lo épico? Quizás. Porque son contadas las ocasiones en que el guión decae hacia lo discursivo (esas «quotes» que siempre sobran).
A su vez, Daniel Muñoz, que parte con una actuación muy teatral, a muy poco andar se imbuye de su rol y, olvidándose que está «representando» a una personalidad histórica, crea y brinda un personaje al que el espectador escucha y le presta atención.
Es común en las biopic que grandes actores, ocupados por reproducir las gestualidades de la persona que van a representar, se pierdan en lo externo y se les escape la esencia.
Hay algunas líneas de guión y dirección que conducen a que este fallo se produzca, pero son las menos.
Ya antes de salir de Tomás Moro a La Moneda, Muñoz ya está «en personaje».
Cierto que el discurso, infinitamente escuchado, de las «anchas alamedas» está presente más de una vez. Pero ni se abusa de él ni aparece «pegado» porque sí.
Para los efectos que destacaba al comienzo -su tono personal e intimista- sobran los letreros del comienzo (informando y citando a Nixon como instigador del golpe) y el del final (una frase de García Márquez). Cierto: tiene un sentido «for export». Toda película de Littin está pensada para el exterior, que es donde mejor le ha ido en su carrera de cineasta.
Si sólo se la mira como un ejercicio de nostalgia -que es como muchos irán a ver esta película- es interesante constatar cómo el guión de «Allende en su laberinto» no esquiva asuntos «incómodos» para sus incondicionales.
No deja de ser fuerte escuchar al jefe de la UP, sentado en La Moneda a punto de ser bombardeada, decirle al Presidente que «los partidos de la UP no lo van a apoyar», que «usted permitió los excesos de los grupos extremistas» y que «nos echamos encima a la derecha, a la clase media y hasta los obreros no están tan contentos». Que plantee esa sombra dicotómica que todavía cruza cielos chilenos de reformar vs destruir. «Nos olvidamos que Chile no era Cuba».
A la vez, haciendo uso de la libertad de contar una historia entre cuatro paredes, en la que los testigos que sobrevivieron fueron pocos, se dan por hecho temas largamente discutidos en nuestro país (como que Allende había tomado la decisión de llamar a plebiscito).
En este sentido, para historiadores y politólogos, aún con la innumerable documentación que se ha reunido a estas alturas, será complejo desmenuzar qué de lo que se expone allí corresponde a hechos y qué a la ficción.
Difícil. Porque lo que narra Littin es la tragedia de un hombre y sus decisiones. Un hombre que se despide, en una conmovedora escena, de la Payita (Aline Kuppenheim) equivocando su nombre y llamándola Tencha. Ambos sonríen. El ha preguntado por su esposa; sus hijas han llegado a La Moneda asediada.
Hay hasta guiños de humor, como cuando Augusto Olivares le lee una biografía suya de «L’Observateur».
Hay explosiones de ira, alusiones a la foto del Che con dedicatoria (sobre el escepticismo del guerrillero sobre la «guerra sin fusil»), contradicciones, todo en un lenguaje que se vuelve urgente y coloquial, con una cámara al ritmo de la adrenalina de sus personajes, y hasta con ironías con palabras que mueven a sonrisa.
Ya sabiéndose derrotado, Salvador cita a Neruda: «el único que tiene la razón es Miguel Enríquez. La vía armada. La guerra civil, dice». Y como un héroe trágico shakespereano se pregunta entonces: «¿Cómo sigue la revolución pacífica?».
La persistente tesis de Littin sobre el asesinato de Allende (vs el suicidio) aquí aparece mucho más desdibujada que en «Dawson: Isla 10», donde hay una secuencia en que el Presidente es claramente atacado y asesinado por varios soldados con armas de fuego. Aquí es una fugaz escena, a modo de flashforward, donde es tiroteado. Pero es casi onírico porque los hechos que todos conocemos continúan tras esta imagen.
Y ya hace rato el espectador se ha dado cuenta que esa disquisición, frente a todo lo que se ha planteado, es totalmente accesoria.
Lo verdaderamente relevante es que esta es una película que vale la pena ver, no sólo porque es de buena factura, sino porque es una interesante contribución al debate actual.
IDEAL PARA: abrir discusiones e informarse mejor sobre los mil días de la Unidad Popular.
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