En el tráfago de Mumbai, con sus trenes atestados de gente, las calles repletas y los oficinistas apretujados en sus estaciones de trabajo, la tradición de las viandas que las mujeres envían a sus maridos con el almuerzo del día no sólo no se ha perdido sino que una empresa con 5.500 repartidores (los “dabbawallahs”) se ocupa de entregar en cada escritorio las ollitas respectivas.
Ila, una bella esposa, madre de una pequeña que va a la escuela, se esmera en preparar la comida a su marido, con los consejos que, quiéralo o no, le da a viva voz una tía que vive en el piso de arriba y con la que intercambian, vía canasta, las compras del día.
El marido de Ila, sin embargo, se muestra distraído y no parece enterarse de los afanes de su mujer.
El punto es que, por error de la empresa distribuidora, la vianda que prepara Ila le llega a Saajan, un viudo a punto de jubilar, que no puede creer lo delicioso que resulta el almuerzo que encarga a un pobretón restorán de su barrio.
Cuando Ila se da cuenta de ello, le envía al desconocido, junto con los alimentos, una carta, la que es respondida por Saajan, con lo que empieza una correspondencia ininterrumpida entre ambos.
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