Su vida fue tan corta, tan luminosa, tan oscura, tan trágica y tan cercana que la polémica en torno a Amy, el documental con que Asif Kapadia acaba de ganar el Oscar 2016, aún no se atenúa.
El poderoso registro vocal de contralto, inimitable, de Amy Winehouse, su asombroso talento creativo, se apagó en julio de 2011 intoxicado por el alcohol (el colapso se produjo a causa del síndrome de abstinencia). Tenía 27 años y vivía en una mansión.
La chica británica de origen judío, que a los 13 años fumaba marihuana, tomaba antidepresivos, quería irse de su casa en Southgate (norte de Londres) y que se sintió abandonada por su padre cuando él dejó a su madre por otra mujer, probablemente sea recordada por millones en el mundo por esa terrible, hermosa, potente y muy popular canción: “Rehab”.
Pero todo en ella era así: visceral, íntimo, energético, dramático y también autodestructivo.
Ya en 2003, con su álbum debut, “Frank”, fue categóricamente reconocida. Y con “Back to black” (2006) ganó cinco de los seis Grammy a los que fue nominada.
“Amy” -que pasó brevemente por algunas de nuestras salas de cine- debutó en el festival de Cannes y es un documental de nuestra era, una donde todo ha sido registrado.
Por eso es que Kapadia arma su relato con abundante material audiovisual inédito y de primera fuente, que incluye hasta registros de Amy muy pequeña. Muchos videos caseros de ella con sus amigas de siempre, celebrando los 14 años de alguna; o con sus novios, o en los autos en sus primeros viajes de gira.
También tuvo acceso a los cuadernos en que escribía sus canciones, letras que se van sobreponiendo cuando las imágenes la muestran interpretándolas en algún escenario.
Como ella misma lo dice a la cámara, no hay distancia alguna entre lo que escribía y aquello que vivía y sentía.
En vez de limitarse a amontonar estos valiosos registros, alternándolos con entrevistas y presentaciones públicas, Kapadia los elige y los organiza en pos de las huellas dejadas por una vida en tortuoso declive y cuyo dramático fin se podía adivinar. (¿Se pudo hacer algo para ayudarla?). Y en contrastante paralelo, su deslumbrante éxito.
Cuando Amy empieza a emborracharse duramente (ella misma lo dice: “me levantaba y me tomaba una botella”) y luego recurre a la coca y la heroína, ya era una cantante de fama mundial. Por lo que la artista y “sus demonios”, como titulara una revista, eran para ese entonces carne de enceguecedores flashes y paparazzeos constantes. Y ya sabemos: la fama, esa fama, puede ser tanto o más corrosiva que el abuso de drogas.
Quien más ha protestado por el trabajo de Kapadia es el padre de Amy, Mitch. El se siente apuntado como el culpable del trágico destino de su hija. No es que Mr. Winehouse salga muy bien parado (ya verá por qué, o bien, escuche la letra de “Rehab”), pero tampoco se ven mucho mejor Blake Fielder-Civil, ex marido de Amy, o Reg Travis, ex novio.
Sus amigas que -según se ve- nunca la abandonaron, los músicos de los que se rodeó y aquellos con los que tocó -como Tony Bennett- son los únicos que aparecen en los momentos felices de Amy.
No obstante, la mirada del documentalista no es de conmiseración ni de detective buscando culpables. Amy no es mostrada como una víctima de nadie, sino como una chica decidida y hasta alegre, de singular carácter; un espíritu indómito y de personalidad compleja. Así, esos registros antiguos no están allí para decir “oh, miren lo que conseguí”, sino porque contienen información valiosa que aportar a la estructura de la historia, a su punto de vista.
“Amy” es una clase de cómo hacer un documental, ese cine no ficción que ha ido elevando sus estándares y, lo mejor, se nos ha hecho cada vez más asequible.
Para ganar el Oscar 2016 Kapadia debió vencer a cuatro producciones de primera categoría, tres de las cuales están (igual que “Amy”) disponibles en Netflix: “Cartel land” (sobre el cartel de Michoacán); “What happened, Miss Simone?”, que ha generado más controversia aún que “Amy”; la sorprendente y dramática “Winter on fire: Ukraine’s fight for freedom”, que registra las cruentas protestas en Ucrania en 2013, casi filmada como reality (no se la pierda) y “La mirada del silencio” (el lado A de la escalofriante “The act of killing”, de J. Oppenheimer).
(En Netflix y en DirectTV On Demand).
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