Un muy interesante ensamblaje entre cine y teatro propone Joe Wright en su versión de “ANNA KARENINA”, lo que incluyó rodar al interior de unos estudios reacondicionados, desechando los grandes exteriores que sugiere la historia.
La máxima heroína romántica de fines de siglo, surgida de la pluma de Leon Tolstoi, reaparece en el cine encarnada esta vez por Keira Knightly.
Anna, que lleva una cómoda vida con su marido Alekséi Karenin (Jude Law) en la alta sociedad de San Petersburgo, viaja a Moscú. En la estación de tren conoce al Conde Vronsky (Aaron Taylor-Johnson), con quien se reencontrará en un baile. Allí, la pasión entre ambos queda en evidencia, para gran escándalo de la sociedad.
Wright apuesta por subrayar atmósferas y escenas que aluden al estado interior de sus personajes, particularmente la lucha desesperada y desigual que mantiene Anna por arrasar con las convenciones —y de paso, con las comodidades de su propia vida—, inundada por una pasión que jamás ha sentido en sus jóvenes años de vida y partida en dos entre el amor por su pequeño hijo y el que vive con Vronsky.
La tragedia caerá inexorable.
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