El espejo negro es aquél en que nos miramos cuando apagamos las pantallas, cualquiera de las que de un tiempo a esta parte se han convertido en una extensión de nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestra siquis: las del celular, el computador, el iPad, el televisor.
“Black Mirror” es el mejor título que pudo darle su autor, Charlie Brooker, a su premiada creación, una serie británica que, para ser exactos, tampoco es tal.
Como bien lo saben sus numerosos fans, los capítulos de sus dos temporadas disponibles en Netflix no tienen ni una historia, ni personajes, ni escenarios comunes.
Es decir, BM es un conjunto de mediometrajes -los episodios duran unos 50 minutos- que sólo tienen en común un concepto: nuestra adictiva relación con la tecnología del siglo XXI que ha llevado nuestro voyerismo a su máxima expresión, mientras nos mantenemos hiper comunicados, a la vez que generando y recibiendo caóticamente “contenidos” de toda índole y categoría, empoderados, individualistas y arrasada nuestra capacidad de compasión.
El primero de sus “capítulos”, “El Himno nacional”, muestra a un Primer Ministro puesto en una situación compleja (para decirlo suavemente), en el Londres del siglo XXI: la joven y querida princesa Susannah ha sido secuestrada, su captor se ha comunicado con el Gobierno a través de un video (solo que lo ha difundido ya por YouTube) exigiendo un singular rescate. Se trata de un acto que el jefe de gobierno debe grabar para ser difundido urbi et orbi y en directo, una humillación personal que bordea el grotesco. Uno que se solapa en la aséptica tecnología.
La velocidad y precisión coreográfica con que se va desgranando la narración y se mueven los personajes es una lección de cine. Y por muy repugnante que a uno le parezca lo que exige el secuestrador nada supera el alto nivel de expectación y sorpresa con que nos mantiene el buen manejo del compás narrativo por parte de director y guionistas.
Más que este, hay otros episodios que rozan (apenas) la ciencia-ficción -como en su momento lo hicieran “Los Vengadores” o “Dr Who”- porque, más que nunca ahora, sabemos que aquél recurso tecnológico del que se vale el relato no es tan tirado de las mechas; que es perfectamente posible que ya se esté experimentando y no lo sepamos o, de todas maneras, estará disponible en unos meses más. Como en “La naranja mecánica” (Kubrik) o la reciente “Ex-Machina” (Alex Garland).
En este escalofrío emocional a la carta, hay otros episodios profundamente pesadillescos.
Socio ficción es lo que hacen Brooker y su equipo de guionistas y directores -que echan mano a una pléyade de excelentes actores, ya sea en los roles protagónicos, secundarios e incluso extras- que escarban en el efecto profundamente deshumanizador que han traído, como efecto colateral (caballo de Troya y caja de Pandora a la vez), los maravillosos avances comunicacionales, tecnológicos y de todo índole que hemos recibido democráticamente a través del mundo online y las pantallas en general.
Con “Truman show”, Peter Weir nos hizo asomarnos a esa peste que ahora es moneda corriente -el reality show- que, asumámoslo, ha teñido cualquier programación en vivo y que apela directo a nuestro ancestral voyerismo, potenciado exponencialmente con las redes sociales, que añaden a ello perversiones “soft”, como el bullying y la carnicería social online.
Nada nuevo bajo el sol: desde el circo romano, pasando por la horca, la guillotina y y la decapitación -según época y lugar-, espectáculos realizados en grandes anfiteatros o en la plaza pública repleta de una plebe esperando el show. Igual que hacemos ahora desde twitter, facebook, Instagram y/o mirando el televisor.
Inquietante y también chocante, “Black Mirror” expande cualquier límite creativo que pudiésemos imaginar, una y otra vez. Y si es genial aquello que relata, su observación crítica es igualmente aguda, mientras que su puesta en escena tiene el nervio preciso y vibrante de una pieza narrativa de excelente factura.
Eso sí, y tómelo como advertencia, es un trago fuerte, muy fuerte, y a veces también amargo.
Inquietante e inclasificable.
Dos temporadas disponibles en Netflix.
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