Visualmente ¡grandiosa! de principio a fin, con un trasfondo agudo e inteligente envolviendo una intriga que atrapa, el Blade Runner 2049 de Denis Villeneuve es para quedar sin aliento.
Nada sobra en las 2 horas 43 que Villeneuve se tomó para desplegar, con elegancia, parsimonia y un diseño depurado, una historia de suspenso que solo es el hilo argumental por el que se van deslizando profundos cuestionamientos filosóficos y éticos acerca de lo que es la esencia del ser humano, que uno mira y escucha completamente absorto.
El riesgo que tomó el cineasta canadiense al asumir este proyecto era inmenso (él mismo lo admitió).
Cuando el británico Ridley Scott estrenó Blade Runner en 1982 nada auguraba que su película se convertiría en uno de los más venerados filmes de culto de la historia del cine, inspirador de varias otras cintas, juegos de rol, de video y hasta canciones: su primer fin de semana en la cartelera fue un fracaso comercial (poco más de US$ 6 millones en cines de EE.UU.), mientras E.T. arrasaba. Además, la mitad de la crítica la miró en menos o le fue francamente adversa.
Fue nominada a dos Oscar “técnicos” (que no ganó): ese año la Academia premió como mejor filme a Gandhi; a su director, Richard Attenborough; su guionista, John Briley; y a su protagonista, Ben Kingsley.
Basada en los personajes de la novela “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, de Phillip K. Dick, el filme tomó prestado, finalmente, el nombre de una obra de William Burroughs.
Se situaba en Los Angeles, en el lejano futuro de 2019 (!), en una tierra semi arrasada y caótica. En ese universo distópico circulaban como fugitivos unos androides originalmente creados como esclavos pero que habían desarrollado conciencia de sí mismos, lo que los hacía peligrosos: los replicantes. Para perseguirlos y “retirarlos” estaban los “blade runner”. Y el único capaz de lidiar con ellos, Rick Deckard (Harrison Ford).
LAS VERSIONES
Como ya lo saben sus legiones de fans, entre Scott y el estudio hicieron más de 6 versiones del filme —una de ellas, la que se estrenó en salas en 1982— y ya en 2012 se anunció la secuela. La dirigiría el propio Scott y tendría en su elenco a Harrison Ford.
Dos años más tarde, el director desistió y dijo que solo haría de productor ejecutivo.
Con todos esos antecedentes, había que ser a lo menos muy valiente para aceptar “el encargo” de reemplazarlo y dirigir Blade Runner 2049.
ENTRA VILLENEUVE
Quien tomó el guante fue Villeneuve, el mismo que postuló al Oscar este año con La Llegada (Arrival)(VER COMENTARIO); el que merecía ese y otros premios por Sicario (VER COMENTARIO) y ni qué decir de esa joya que es Incendies , película imprescindible, una tragedia desgarradora.
Villeneuve supo tomar la posta y a la vez imprimir su sello: poner en escena dramas esenciales y disquisiciones complejas en imágenes inolvidables, a la vez que homenajeando el origen de manera entrañable y natural.
Han pasado 30 años desde que Rick Deckard (Ford) ha desaparecido de escena. K (Ryan Gosling), oficial de la policía de Los Angeles, toma el protagonismo aquí y da con una pista que empieza a obsesionarlo.
En este planeta postapocalíptico, en que personas, replicantes y hologramas se confunden y están confusos, el pasado y el futuro son inciertos.
Porque la memoria ha sido construida, los recuerdos diseñados como cuentos de niños para ser implantados en los replicantes. Y ahora hay nuevas generaciones de humanos que no han visto ni vivido ciertas cosas. Pero si la memoria es emoción, no hechos “oficiales” que te cuentan, no realidades, ¿cómo se construye el presente?
Como su predecesora, pero en mayor medida, Blade Runner 2049 es más cine negro que de acción; menos ciencia-ficción que planteamientos metafísicos y existenciales propios de la condición humana en cualquier tiempo y circunstancia.
Cómo hacer aquello apasionante y entrañable es parte del talento de Villeneuve.
Los acordes de “Pedrito y el lobo”, de Prokofiev, los hologramas de Elvis Presley y de Frank Sinatra cantando; un caballito de madera; los niños; un origami: nostalgia y memoria en la desesperada búsqueda de la identidad hoy.
La música de Benjamin Wallfisch (IT, Dunkerke) y de Hans Zimmer (El Caballero oscuro, El Rey León, Dunkerke) ensamblándose con precisión en esa cascada de secuencias extasiantes.
Un imprescindible en los estrenos de este año.
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