Gett, the Trial of Viviane Amsalem Director: Ronit Elkabetz, Shlomi Elkabetz Reparto: Ronit Elkabetz, Simon Abkarian, Menashe Noy, Gabi Amrani, Dalia Beger. Año: 2014. Duración: 115 min. País: Israel
Un largometraje judicial que -como «12 hombre en pugna»- mantiene al espectador sumergido en una sala de paredes blancas, sin pestañear, como si se tratara de un clásico de suspenso es la extraordinaria película israelí «Gett: el divorcio de Viviane Amsalem».
Nominada este año al globo de oro a mejor filme de habla no inglesa, sus realizadores -guionistas y directores- los hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz recogieron varios premios relevantes el año pasado y arrasaron con los de la Academia de su país (en rigor, es una coproducción Israel/Alemania/Francia).
No alcanzó a estar entre las 5 nominadas al Oscar que, con mucha justicia, ganó la polaca «Ida». De estas 5 sólo han llegado a nuestra cartelera (¡por suerte!) la ganadora y «Relatos Salvajes». «Leviathan», ese grandioso monumento ruso, espera fecha de estreno, mientras que «Tangerines» y «Timbuktu» -que ¡por Dios! qué bien nos haría verlas-, ni se asoman.
En lo que se conoce como la lista corta para este apartado del Oscar -o preseleccionadas de entre todas las enviadas a competir por los distintos países- se quedaron rezagadas la sueca «Fuerza mayor» y la canadiense «Mommy». «White God» y «Dos días, una noche» ni siquiera entraron en este listado previo (todas comentadas en estas páginas). Tampoco entró «Gett».
Sólo para que se haga una idea de lo que nos estamos perdiendo de ver y quizás suplicarle a la Academia de Hollywood que amplíe a 10 las nominadas extranjeras; así al menos alcanzamos a saber de ellas.
«Gett: el divorcio de Viviane Amsalem», protagonizada por su codirectora y coguionista, forma parte de una trilogía en la que estos hermanos cineastas han mostrado de manera crítica la vida cotidiana de una mujer en un país en que estado y religión están indisolublemente unidos, una situación que se torna invivible si se pertenece a una familia ultra ortodoxa.
La película va dejando en cada escena mucha información sobre el machismo profundo de la sociedad conservadora que retrata.
Viviane -una Ronit Elkabetz de gestos sobrios y expresivos como un látigo, que recuerda los mejores momentos de ese rostro trágico de Irene Papas («Zorba, el griego»)- comparece ante los tres jueces eclesiásticos que decidirán si puede divorciarse de su marido Elisha.
Ambos irán con sus abogados ( de él, un respetado rabino). Pero el asunto es que la ley dice que ella puede obtener la separación sólo si lo consiente su marido.
En una puesta en escena austera y despojada, con un vestuario a tono -el blanco y negro se rompe ocasionalmente, hacia el final- se van desarrollando los alegatos (en un par de salas), por el que desfilan testigos de parte y parte.
El paso del tiempo se nos va indicando en semanas, meses, años, tras secuencias breves en las que vamos conociendo las costumbres, los usos, el cotidiano de estas familias, narrado en los alegatos y en los interrogatorios de los testigos. Y con ello, el asombro de la prevalencia de un machismo arcaico en un país moderno.
La injusticia que padece esta mujer -no sólo en el mismo tribunal, sino en su vida diaria, de la que sabemos a través de los relatos que vamos oyendo- se afirma en una base inamovible: su marido no requiere explayarse en argumento alguno para negarle el divorcio. La asimetría con que esas leyes tratan a un hombre y a una mujer quedan en la evidencia más palmaria.
Por lo mismo, los motivos de ella -muy atendibles aún en este esquema ortodoxo- se estrellan en esa roca, una y otra vez.
Y en este sistema, lo que pide Viviane no pasa por un asunto de dignidad, derecho a elegir o a ordenar su vida: una mujer o está casada o soltera o divorciada. Si ella no resiste más la convivencia con su marido debe obtener el divorcio: lo otro es convertirse en algo peor que una paria.
Hay suspenso, exasperación, sorpresa e incluso un punto de comedia en este drama que prácticamente se sigue como un thriller: es el arte de saber manejar una cámara, usar el montaje y escribir un gran guión, sin discursos ni obviedades.
Tiene que verla.
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