Personajes que circulan fuera de la ley o muy al borde de ella, con una policía que es un mero telón de fondo en una Nueva York oscura y lluviosa, son los que reúne esta película que hace evidentes guiños a la tradición del cine negro, esa que confunde y traslapa a buenos y malos.
Matt (L. Neeson) es un detective privado, sin licencia, que se ha retirado de la policía tras un incidente que no ha logrado superar. Desde ese entonces, hace 8 años, acude a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Allí conoce a un drogadicto, Peter, quien le pide que ayude a su millonario hermano Kenny (Dan Stevens, Matthew, de «Downton Abbey») a dar con quienes secuestraron y mataron a su bella esposa.
El hilo que encuentra Matt lo conduce tras la huella de unos despiadados sicópatas que no eligen a cualquier mujer como víctima.
Como circunstancial ayudante, Matt encuentra en la biblioteca a un chico negro, T.J., que vive entre albergues y la calle y que admira a Philip Marlowe (el detective de Raymond Chandler que encarnara entre otros, un legendario Humphrey Bogart).
Suspenso y violencia se mezclan en una historia cruenta que depara sorpresas hasta el desenlace, en una espiral que avanza a tranco firme, con mucha sangre y no pocas balas, aunque con sus precisas gotas de humor.
Liam Neeson calza a la perfección en este rol de antihéroe con el ala herida, adusto y desencantado, pero con un instinto de sabueso y alma de justiciero a toda prueba.
Se agradece que la brutalidad y crueldad se entreguen en dosis pequeñas.
Una película bien narrada, sin parafernalia, ni danza de dólares. Un puzzle muy bien armado.
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