Dos hermanos canadienses surfistas, uno de ellos con su esposa e hija, deciden instalarse en un paradisíaco bosque junto a una playa colombiana. Aunque unos matones los amenazan, deciden permanecer ahí.
En el pueblo cercano, Nick conoce a María, quien está a punto de inaugurar una clínica, construida gracias a donaciones de su tío: Pablo Escobar.
La pareja se enamora y Nick, que no parece haber leído nunca un diario ni visto un noticiario de TV, empieza a frecuentar la fastuosa hacienda del narcotraficante ya como novio de María. (Ni hablar de las FARC y el narcoterrorismo: de eso sí que Nick no tiene idea, así es que aquí eso tampoco existe).
La idea de la película de mostrar, desde el punto de vista inocente de un chico del primer mundo, que no parece saber nada de narcotráfico, parte de la historia de Escobar no se sustenta.
Nick ni siquiera se pregunta de dónde sale tanto dinero y ya, tardíamente, se sorprende cuando ve aparecer sangre y violencia. Son los momentos previos a la entrega de Escobar.
Interesante las imágenes de cómo Escobar, un asesino sanguinario y cruel, que desarrolló una exitosa estrategia de comprar con sus dádivas a un pueblo empobrecido («todo lo que tiene se lo da a los pobres», le dice María a Nick en una escena) es aclamado por las multitudes cuando se va a entregar.
«Hay paraísos que son un infierno», le ha advertido antes María.
Bien logradas las escenas de suspenso y violencia de la segunda parte.
IDEAL PARA: conocer un Escobar distinto al de la telenovela.
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