I, Daniel Blake Reparto: Dave Johns, Hayley Squires, Briana Shann, Dylan McKiernan. Director: Ken Loach. Reino Unido, 2016. Duración: 100 min.
Una voz casi infantil va desgranando un cuestionario, algunas de cuyas preguntas mueven a risa; un hombre responde ya exasperado, con comentarios sarcásticos, ante lo cual la mujer replica como una máquina: “responda lo que se le pregunta”. La pantalla está oscura y este “diálogo”, que por momentos parece sacado de aquél spot del “certificado de simpatía”, podría seguir ad infinitum.
Con esta escena sin imágenes arranca Yo, Daniel Blake, anunciando el tono de la película, una en que lo kafkiano y lo peor de la burocracia (como llamaba Mafalda a su tortuga) inundan de un absurdo risible y dramático a la vez el devenir del protagonista y su entorno.
Quien interroga es, según se identifica, una “experta en política sanitaria” del Ministerio del Trabajo y Pensiones. Su “víctima”, Daniel Blake, un hombre de 59 años, viudo, carpintero de oficio, recién recuperado de un infarto al corazón.
Los médicos le han indicado que no puede seguir trabajando y para que se le asigne un subsidio por incapacidad ha debido someterse al cuestionario de la “experta”.
Pero eso será apenas el principio de una travesía por un laberinto cada vez más ridículo e irracional: una sucesión de formularios, protocolos ininteligibles; llamados de teléfono (con musiquita de espera) de más de hora y media para que lo atienda, por fin, alguna suerte de ser humano que solo le dirá que en realidad deberían haberlo llamado; la asistencia obligatoria a una “clase de curriculum” (¡!); trámites que solo se pueden hacer on line para un hombre que nunca se ha acercado a un computador; ir y venir al Ministerio en cuestión, donde la única funcionaria que se detiene a ayudarlo es reprendida por su jefa porque su actuar está fuera de las normas.
En ese lugar, Daniel conocerá a una joven, Katie, que ha llegado desde Londres, con sus dos hijos pequeños porque es en esta localidad de Newcastle donde le han asignado una vivienda social. Katie también sufrirá los rigores de la estúpida y humillante maraña burocrática de los servicios sociales.
Blake, que vive en un pequeño departamento, es un tipo honesto y correcto; también tiene un carácter frontal y hasta áspero, pero es un hombre de buen corazón, noble como su oficio, amistoso, que no tiene más problemas con su joven vecino que la basura que éste nunca baja a botar.
Por eso, con la pequeña familia de Katie establecerán una relación de solidaridad de ida y vuelta, que hace recuperar la fe en la humanidad, esa que perdemos cada vez que chocamos, junto con ellos, con las paredes de los funcionarios y sus demandas contradictorias, fichas inútiles, ineficaces oficinas de empleo, hasta llegar a los bancos de alimentos, donde al menos hay amabilidad y caridad, mientras aparece la justicia.
Es con este filme que el prestigioso y premiado cineasta británico Ken Loach se quedó con la Palma de Oro en Cannes el año pasado, desplazando a Toni Erdman (Maren Ade, Alemania). Loach es tan conocido por su activismo, su decidido apoyo al socialista Jeremy Corbyn, a Podemos, Sanders, Syriza, como por su cine incómodo, contestatario, de denuncia.
Su primera Palma de Oro la obtuvo en 2006 con El viento que acaricia el prado, un retrato crudo sobre la lucha de Irlanda contra el dominio británico, que no agradó nada a ciertos sectores de su país.
Yo, Daniel Blake -ciertamente una protesta contra el sistema- está lejos, sin embargo, de ser un discurso maniqueo. Al contrario: exuda humanidad, momentos enternecedores, humor, drama por cierto. Todo filmado con precisa sobriedad y con un gran guión de Paul Laverty.
Para el rol de Daniel Blake, Loach escogió a un conocido exponente del stand up comedy, Dave Johns.
El resto del elenco lo integran actores debutantes o de carreras discretas. Loach busca el realismo y sobre todo, alejarse de ese cine norteamericano donde todo es bello, que tanto detesta.
Esto es el patio trasero de un país del primer mundo y es la historia de los últimos de la fila.
No obstante, la calidez y el cariño, el cuidado mutuo entre personas que se tratan y se miran entre ellas como lo que son, seres humanos y no fichas que rellenar, se superpone a la amargura de fondo de la historia.
“¡Soy un ciudadano. Nada más. Nada menos!”, reclama Daniel, cuando su optimismo ha sido derrotado.
Una película inolvidable.
(En el Biógrafo).
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