Una cámara nerviosa y siempre inquieta -que se mueve con naturalidad de un escenario a otro, en narraciones paralelas, en que se mezclan bares, música, hogares, comisarías llenas- comienza a construir el clima que predominará en Detroit: zona de conflicto .
Sin pausa ni prisa, Kathryn Bigelow (única mujer ganadora del Oscar a mejor directora por Vivir al límite, 2008) nos introducirá de lleno en una intensa historia inspirada en los violentos incidentes raciales ocurridos en esa ciudad en 1967, que irán escalando ante nuestros ojos sin darnos tiempo a notar cuándo es que todo se trastoca en tragedia.
Bigelow, en una vibrante muestra de su talento, toma del cuello al espectador, lo zamarrea, lo tensa, lo hace transpirar de miedo, de rabia y luego de dolor, sin soltarlo jamás.
La directora despliega a sus personajes en una historia coral, que luego va haciendo foco en algunos de ellos: un grupo de jóvenes músicos, The Dramatics, que espera su oportunidad de lucir sus dotes en un teatro donde hay productores del mítico sello Motown; Melvin Dismukes (John Boyega), un hombre que trabaja de guardia nocturno en una tienda; un par de policías entre los muchos que circulan con la orden de controlar disturbios. Todos afroamericanos, excepto los uniformados.
Aunque nada estaba en calma, el detonante finalmente es el allanamiento por parte de la policía de un club nocturno sin patente de alcoholes. La escalada de violencia no se detiene: enfrentamientos, saqueos a tiendas, incendios provocados, bombas molotov y piedras lanzadas a vehículos, entre ellos, el bus en el que se movilizan los integrantes de The Dramatics.
Nadie ha montado mejor en imágenes aquello de “confusos incidentes”.
Pero el acto central de Detroit -y que ocupa gran parte del metraje- transcurre en el motel Algiers, a donde el grupo de músicos ha ido a refugiarse para capear las pedradas y la violencia de la calle.
Allí, en un ambiente de juerga, mientras observan los tanques del Ejército, los autos de la Guardia Civil y de la Policía, apostados unos metros más allá, un torpe incidente termina con una balacera de proporciones.
Durante una tensa noche de horror, tres policías virtualmente secuestran en el interior del lugar a 7 jóvenes afroamericanos y 2 chicas blancas, los golpean, los torturan, los interrogan brutalmente.
Es una hora claustrofóbica, tensa, amenazante. Quien comanda las acciones es un sádico y racista policía, Krauss (Bill Poulter), quien ya había recibido una dura amonestación de su jefe por una situación anterior.
La película ha sido polémica por cuanto Bigelow, a partir de estos hechos históricos, construye una ficción, aunque al final de los créditos apunta datos reales sobre los personajes, a la vez que aclara que no se trata de una crónica fidedigna de los hechos.
Por lo demás, el guionista Mark Boal (mismo con quien trabajó en Vivir al límite y en La noche más oscura), se entrevistó con Larry Reed, vocalista del grupo The Dramatics (interpretado aquí por Algee Smith) .
La factura de esta película es como para una lección de cine.
Y si Bigelow quería instalar una discusión sobre el problema racial y el escaso control al abuso de poder policial en su país, lo consigue eficazmente.
La secuencia final es tan conmovedora que llega cortar la respiración.
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