En un suburbio pobre en las afueras de Roma, tras sitios eriazos y tierra sin pavimentar, transcurre Dogman. Ese es el nombre que Marcello (Marcello Fonte) le ha puesto a su modesto negocio de peluquería de perros.
Este hombrecillo esmirriado, de grandes ojos saltones, es capaz de tranquilizar a un mastín que le gruñe, con los dientes afilados y bien a la vista, para bañarlo. Lo hace con palabras cariñosas, con ese modo cálido que se vuelve alegre cuando se reúne con su pequeña hija, Alida, una niña despierta, mucho más astuta que él.
Marcello, luminoso en su fealdad, no molesta a nadie y es querido en el barrio, donde convive bien con sus vecinos, gente que circula por los márgenes de la ley. Pero su candidez y torpeza, su carácter pusilánime es bien aprovechado por Simoncino (Edoardo Pesce), un matón, “un perro rabioso”, que tiene hartos incluso a los rudos hombres del lugar. Simoncino va golpeando a quien se le ponga por delante. Y a Marcello lo utiliza para que le consiga algunos gramos de droga o para que le sirva de chofer en algún robo, sin molestarse en darle explicación alguna.
Con estos personajes y este duro escenario, Matteo Garrone (Gomorra) construye un fresco de tal fuerza y realismo que es imposible sustraerse al suspenso angustiante y tenso que trasunta su película, desde el primero hasta el último plano.
Inspirada en un hecho real, ocurrido a fines de los ’80, Dogman desgrana una historia triste, la de un hombre bueno en el lugar equivocado, un sitio que podría ubicarse en alguna población de Chile, donde las personas de alma noble las más de las veces no pueden vivir en paz.
Marcello es feliz con sus perros y planeando viajes con su cariñosa hija. Sus sencillas alegrías chocan con la brutalidad de Simoncino, la representación misma de la ley del más fuerte, del abuso y el cinismo llevados al extremo. ¿Cuántas vejaciones ha de soportar un hombre antes de rebelarse? ¿Hasta dónde sobrevivirá su inocencia?
La por momentos patética dulzura de Marcello, esa con la que calma a los canes más temibles, es inútil ante la fiera más feroz: ese hombre incapaz de experimentar empatía, que solo sabe de violencia y desprecio por el prójimo.
La estremecedora actuación de Marcello Fonte -tan cercano y real que uno piensa que ha sido sorprendido por la cámara- le valió, entre otros, el premio al mejor actor en el Festival de Cannes. En perfecta asimetría, Edoardo Pesce brinda un contrapeso escalofriante.
Matteo Garrone recoge de la mejor forma imaginada la tradición del neorrealismo, ese con que Italia marcó para siempre la historia del cine. Hay mucha verdad en esos seres marginales, trágicos, que captura con su cámara; los espacios más o menos abandonados por donde circulan; y también la dignidad que trasunta ese grupo de amigos con que Marcello suele jugar al fútbol.
Dura y violenta -tanto física como sicológicamente-, Dogman envuelve la espectador en la atmósfera sofocante que tan eficazmente instala Garrone, sin ninguna posibilidad de sustraerse de ello. ¡Inolvidable!
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