Una biopic totalmente atípica es la que filma el director ruso Aleksey German Jr.: Dovlátov es una película de atmósfera y como tal sumerge al espectador en la frialdad grisácea de una Leningrado hecha de nieve y en los ambientes desangelados en que se mueven hacinados los personajes.
En esa ciudad, en un departamento compartido -donde una cantidad indeterminada de habitantes prácticamente choca entre ellos- vive el escritor Sergei Dovlátov (Milan Maric) con su madre.
Es el 1 de noviembre de 1971 y en la Unión Soviética de Brezhnev el arte solo puede existir si “resalta los valores patrióticos” y cumple con su función de ser un vehículo de propaganda.
Dovlátov hace intentos infructuosos por ingresar a la Unión de Escritores Soviéticos, requisito ineludible para ser publicado. Pero su estilo sarcástico -que domina sutilmente el tono del filme- no se aviene con los claros instructivos de la burocracia.
El ambiente opresor y rígidamente normado -el verdadero protagonista del filme- se cuela en momentos rutinarios, escenas cotidianas, conversaciones breves, diálogos hasta cómicos. Cuando Sergei le cuenta a su madre que ha soñado con Brezhnev, esta le responde distraída, camino a la cocina colectiva: “tu abuelo soñó con Stalin y luego fue arrestado”. Mientras, un niño que cruza por el pasillo escucha en una radio la palabra “palazzo” y pregunta qué es eso.
Para ganarse la vida Dovlátov trabaja en el periódico de una fábrica. Y va a reportear el rodaje de una película de propaganda (“para estar orgullosos de estar en la URSS”, explica la productora), cuyos personajes son próceres de la literatura como Tolstoi, Kafka, Dostoievsky. Dovlátov los entrevista a su modo; ácido y demasiado creativo para las normas.
Su editora le da otras oportunidades, como escribir “un poema positivo sobre la electricidad”; o “sobre los trabajadores pretroleros. Optimista y sin significados ocultos”, le instruye. “Los lectores quieren ver héroes luchando por sus ideales socialistas”.
Los seis días en la vida de Dovlatov que filma German son el día a día de las rígidas reglas a las que debe ajustarse la creatividad de un artista (un contrasentido en sí) en un régimen opresor y consciente del valor de la cultura en el manejo de masas.
En ese asfixiante espacio y en ese breve lapso de tiempo se alternan el cotidiano doméstico, los intentos del escritor por rearmar su familia con Elena, de quien está separado, sus encuentros con su pequeña hija y sus reuniones con sus amigos artistas, como David, que sueña con el arte de Jackson Pollock, y Joseph Brodsky.
Una cámara intrusa deambula junto con ellos por las gélidas calles de Leningrado y se entromete en tumultuosas reuniones donde a veces se lee, otras se conversa, se escucha música o todo a la vez.
La desazón, la desesperanza, el desgano, la amargura se trasuntan en los gestos, en retazos de conversaciones de unas vidas apagadas, de genios aplastados, sin horizonte. “Somos la última generación que podemos salvar a la literatura rusa”.
Brodsky lo logrará en el exilio en Nueva York: ganó el Nobel en 1987. Dovlátov también terminaría en EE.UU. pero su temprana muerte le impediría ver el éxito de su obra.
Con este filme, Aleksey German Jr. sigue los pasos de su progenitor, el combativo cineasta del mismo nombre, y hasta en cierto modo lo tributa: al igual que Dovlátov, German padre sufrió las presiones y censuras del régimen soviético.
La extraordinaria fotografía de Lukasz Zal (Ida (VER COMENTARIO), Cold War (VER COMENTARIO)) y la perfecta recreación del Leningrado de los ’70 (interiores, exteriores, vestuario, ambientación) hacen doblemente valiosa una película que nos abre una ventana a dramáticos momentos de la historia, escasamente difundidos en el cine.
(Sala de Cine Centro de Extensión UC, Alameda 390, miércoles a domingo. Hasta el 1 de septiembre).
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