A sus 9 años, Massimo es un niño mimado por una madre joven y bonita que de pronto lo hace bailar twist en el living del departamento y en la noche compartir en la tele una película de terror, tapándole sus ojitos en las escenas más terribles. Son las primeras imágenes de Dulces Sueños (Fai Bei Sogni).
Lo último que veremos de esa madre será un beso de buenas noches a su hijo (dulces sueños), mientras afuera cae la nieve y en la sala familiar se ve un pesebre iluminado. El niño despertará con un grito y un sonido de vidrios rotos en la oscuridad y desde ese instante los adultos que lo rodean le cerrarán el paso, sucesivamente, para evitar que se acerque a la verdad.
En medio de una espiral de mentiras de buenas intenciones Massimo verá desfilar un cajón mortuorio, un funeral y una serie de sermones evasivos que marcarán su vida para siempre.
El veterano director italiano Marco Bellocchio, habitué en Cannes, lleva a la pantalla la novela autobiográfica de Massimo Gramellini, “Me deseó felices sueños”, que relata la inexplicable y prematura muerte de una madre.
Es esta una historia sobre una herida abierta, que permanece largo tiempo así, con la ayuda de la negación por un lado —Massimo siempre dirá a sus compañeros que su mamá está de viaje— y el ocultamiento de las circunstancias, por el otro. Su padre, abuelos, tías, “protegen” al niño de la verdad, infringiéndole así —con toda buena intención— un dolor mayor: el de no saber.
Ya adulto, Massimo (Valerio Mastandrea), convertido en periodista, es un hombre más bien taciturno, pero exitoso, que transita desde la cobertura del Deporte a la Guerra de los Balcanes. Siempre cruzándose con la muerte. “Un hombre feliz no haría nada en la vida”, le dice su jefe en el diario.
EPISÓDICA Y FRACTURADA, COMO LA VIDA DE MASSIMO
Bellocchio estructura una película episódica que va y viene en el tiempo y en el espacio, fracturada como la vida de Massimo, por donde circulan secretos familiares, la iglesia, madres, hijos, el equipo de fútbol de Turín. Retazos de vida, algún consejo: “nunca dejes de preguntar”, le ha dicho un cura viejo, profesor del colegio. Un consejo que tardará en seguir.
Hay algo ambiguo y desconcertante en esta historia y ello proviene de la opción de situar la mirada del espectador en los ojos de Massimo, quien va por su vida ignorando algo esencial. La ausencia de esa información relevante está tan normalizada en él que solo estalla con un cuadro clínico.
Esta alerta se sumará al reencuentro con los objetos amontonados en cajas en el departamento familiar de Turín, a donde acude para hacerse cargo de su venta. Recién allí habrá terminado el periplo de su absolutamente inconsciente búsqueda de la verdad. Ese retazo de vida que le ha faltado todo ese tiempo.
Interesante.
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