En el duro desierto australiano, tras una catástrofe económica global no muy especificada, circulan seres solitarios, todos armados como en el antiguo oeste, en una atmósfera a lo “Mad Max”. Esparcidas por aquí y por allá, algunas construcciones ruinosas —almacenes, casas, albergues, bares—, paradores donde la muerte acecha tanto como bajo el insoportable sol, como una amenaza implícita.
Eric (Pearce) bebe algo dentro de uno de estos inhóspitos lugares y ve cómo en el polvoroso camino se vuelca una camioneta con varios hombres en su interior. Estos toman el auto de Eric, quien dedicará el resto del metraje a recuperarlo.
La violencia dominante y el destino le darán como compañero de ruta a un chico frágil, débil, no desprovisto de cierto candor, Rey (asombroso despliegue histriónico de R. Pattinson), al que sus hermanos han dejado herido, tirado en el camino.
Mezcla de road movie y western, inquietante y sangrienta, esta película es, no obstante, una historia que pone el foco en dos hombres a los que la anomia social circundante los ha dejado desprovistos de lo mínimo que los humanos, seres gregarios, requerimos para vivir íntegramente.
Una película de esas que no se olvidan fácilmente.
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