El cine nos tiene más o menos convencidos que un psicópata es una suerte de rareza, que anda con letrero de tal en la frente.
Pero uno no se va a topar por la calle con un Hannibal Lecter (habrá caníbales por ahí pero no suelen tener, además, cualidades de escapistas), ni menos con el Guasón. Quizás con algún Patrick Bateman («American Psycho») o el Alex de «La naranja mecánica» o un Norman Bates («Psicosis»), que por algo son más bien solitarios (Jack Torrance, de «El resplandor», no cuenta porque cuando llega al hotel con su familia él es un tipo normal).
La verdad es que la vida real y pedestre puede ser mucho peor.
Lo evidencia «El Clan», un extraordinariamente bien logrado thriller policial y familiar que le hizo ganar a Pablo Trapero un León de plata en Venecia como mejor director.
Trapero lleva a la pantalla el caso que conmocionó a la Argentina de los años ’80: el de la familia Puccio, buenos vecinos del barrio San Isidro en Buenos Aires, con un negocio de rotisería al lado de la casa, que resultó ser el centro de operaciones de un grupo de secuestradores, comandados por el dueño de casa.
Arquímedes Puccio, de profesión contador, tuvo cargos políticos de mediana figuración; también participó en la organización terrorista Triple A y fue miembro de la Secretaría de Inteligencia del Estado durante la dictadura.
Casado con una profesora de matemáticas, el matrimonio tenía cinco hijos de entre los 14 y los 26 años, por esa época.
Puccio mantenía aún sus contactos entre altos puestos de la policía cuando en 1982 reunió en el despacho de su casa a cuatro ex compañeros de andadas (entre ellos, un coronel en retiro) para organizar una verdadera «empresa de secuestros».
Aprovechando los contactos con gente de la clase alta, especialmente gracias a que su hijo mayor, Alejandro, era rugbista de Los Pumas, eligió fácilmente a sus víctimas, cobrando rescate en dólares y ocultándolos en la misma casa familiar.
En estos delitos involucró a dos de sus hijos.
Trapero evidencia un fino talento al introducirse en el cotidiano de esta familia y dibujar su rutina, en paralelo a las actividades criminales del grupo, férreamente comandado por Puccio, quien distribuye las tareas como un pequeño capo.
Para este complejo rol, el director hizo una interesante opción al reclutar al conocido comediante Guillermo Francella. Con sus límpidos ojos celestes fijos, los primeros planos de su rostro provocan escalofríos. Manipulador, inmutable, inescrupuloso, mitómano hasta el fin, Puccio es también un padre incluso cariñoso, aunque mayormente autoritario, un dueño de casa que barre todas las mañanas la vereda frente a su casa,
A su vez, para el rol de Alejandro -un personaje trágico, un chico dominado por un padre sicópata- optó por una estrella juvenil, Peter Lanzani. El también cantante no sólo tiene la virtud de dar a la perfección con el casting (es también un jugador de rugby) sino que es capaz de transmitir la verdadera tensión y el drama intrafamiliar sobre el que se pone el foco en esta película.
Intensa, dolorosa, cruel, el relato se sigue con tal atención y asombro, que es imposible despegar los ojos de la pantalla.
¡No la deje pasar!
IDEAL PARA: aprender a distinguir un psicópata.
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