EL HOBBIT: LA BATALLA DE LOS CINCO EJERCITOS

¡Vivan los elfos!

Le siguen sobrando minutos (como unos 10), pero la culminación (¡por fin!) de la saga de Peter Jackson, en la que el director neozelandés abusó de un libro breve, estirándolo en tres películas que suman ¡casi 8 horas! es la más sorteable de la trilogía.
“El Hobbit: la batalla de los cinco ejércitos” parte exactamente donde termina «La desilusión de Smaug» (si por alguna singular razón usted, sin ser fan, piensa a ir a verla, infórmese primero).
La Ciudad del Lago es destruida por el dragón pero nuestros héroes finalmente lo vencen.
¿Todo resuelto? No. Ahora sí que empiezan los problemas.
Si la película se llama así es porque efectivamente un mogollón de batallones de los más inverosímiles aspectos (¡de eso se trata esto!) comienzan a mostrarse los dientes frente al estratégico castillo del que se ha adueñado el antes honorable Thorin (R. Armitage), ahora contagiado con la “enfermedad del dragón” (codicia, que le dicen). Ni Bilbo Bolsón logra calmarlo.
Como no es el único que cree tener derecho sobre las rumas de oro que hay amontonadas al fondo del inmenso castillo a lo Rico McPato, está a punto de armarse la guerra mundial en 3D, en donde tercian incluso los muy honorables elfos.
Como el Departamento de Arte es aquí más importante que nada, usted nunca se confundirá en ese caos que puede ser una batalla entre ¡cinco! ejércitos. Y puede ser muy monótono, pero Jackson tuvo la buena idea de armar muchas batallas personales ente los protagonistas y en lugares asombrosos, de manera que la mayor parte del tiempo la película es bien entretenida.
Y gracias a los elfos, esas criaturas ¡divinas!, no todo es feismo.