Unas niñas jugando al “1,2,3… toco la pared” en un bucólico parque, al fondo del cual se divisa una gran casona blanca, no presagian la oscuridad que nos deparará “EL ORFANATO”, una película que rescata lo mejor del género del terror, ese que no requiere de adolescentes despedazados ni sicópatas hacha en mano para poner los pelos de punta.
Tras la casi idílica secuencia del comienzo, la cámara vuelve sobre la misma casa, pero años después, en la actualidad, cuando Laura (Belén Rueda), una de las huérfanas que jugaba allí, está instalada con su marido médico y Simón, su hijo adoptivo, empezando un proyecto humanitario que pretende acoger allí a niños con dificultades.
Simón despierta en las noches con sueños extraños, los que Laura apacigua mostrándole el faro que no funciona allá en la playa
A medida que se van sucediendo los hechos, la atmósfera se va cargando y haciendo sofocante de una manera algo imprecisa. El quiebre lo marca la abrupta desaparición del chico, sin dejar el menor rastro.
Si lo menos que se espera de una cinta del género es que atemorice, “El Orfanato” está perfectamente bien realizada. Lo atractivo es cómo un cuidadoso trabajo de dirección
—apoyado en elementos como un guión, dirección de arte e iluminación precisos— puede hacer verosímil lo fantástico y convincente el suspenso.
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