Es lo que yo llamo un novelón: es decir, una telenovela.
El Poder de la Moda (The Dressmaker) es entretenida (un poquitín larga). Con harto personaje atractivo. Y una protagonista con un móvil que siempre funciona como el mejor combustible: la venganza.
Basada en la novela de Rosalie Ham, comienza con una elegante y muy bien vestida joven bajándose de un bus de noche, en un pueblucho polvoriento.
Son los años ’50.
Ella es Myrtle “Tilly” Dunnage (Kate Winslet nada menos).
Tras triunfar como diseñadora en París, Myrtle regresa a Dungatar, su pueblo en Australia, a cobrar cuentas.
Cuentas que tiene con todo el mundo en ese lugar (no son muchos la verdad), incluida su madre, recluida en su misma casa natal, misma que Myrtle encuentra en total estado de abandono, como si la hubiese habitado hace muchos años atrás la bruja Blair: es un chiquero.
Salvo que al fondo, en su cama, está acostada su madre, Molly, que luce igual que la casa. Molly (genial Judy Davis) no está en sus cabales y buena parte de la película se comporta como una loca agresiva. Claro que en Dungatar casi todos tienen más de una teja corrida.
Bien. ¿Y cómo se venga Tilly?
A punta de buen vestir y de pelotazos de golf.
Sí: lo primero que hace al amanecer es tomar sus palos de golf, las pelotas, incrustar el “tee” sobre la tierra con algunas malezas secas de lo que sería el antejardín de su casa, se alista y empieza a disparar. Una para la casa de la maestra (una bruja como la de Matilda), otra al boticario, otra a la de …
Bueno: tiene muchas pelotas de golf que lanzar.
Pero además, asuntos complejos que aclarar acerca de ella misma y de su madre.
Ella viene a vengarse, sí; pero también a recoger trozos de verdades que quedaron en suspenso cuando a los 10 años ella fue enviada a la ciudad, interna a algún colegio.
Los personajes secundarios, muy entretenidos: hay algo de grotesco en ellos y este pueblo. Molly; Teddy, su viejo amor (el galán del momento Liam Hemsworth) y lo mejor, el sargento (Hugo Weaving).
La película tiene muchos giros, que de pronto parecen un poquito forzados -aunque cumplen con aquello de sorprender, que tanto le gusta a uno- pero desde la perspectiva de la resolución final, cobran sentido.
Mucho raconto, flashback y harto de aquello de que el tiempo (y otras cosas) se pasa entre costuras.
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