Una niña es llevada por su madre a rendir prueba de admisión a la prestigiosa academia donde quiere que su hija ingrese. El examen es intimidante. Con la pregunta “¿qué quieres ser cuando grande?” la pequeña se bloquea.
La madre, una ejecutiva que trabaja todo el día, le organiza un calendario, una verdadera carta Gant, para que la chica estudie sola durante el verano para volver a postular.
Se han instalado en un barrio de casas idénticas, unas pegadas a la otra, muy ordenadas y perfectas. Excepto por una: justo la que está al lado de la que acaban de arrendar. Se trata de una casona destartalada, de donde sobresale un árbol viejo y vuelan algunos pájaros.
Un día la pequeña se encuentra con su vecino: un anciano de larga barba, que intenta hacer andar una vieja avioneta en el jardín. El le contará que una vez se perdió en el desierto y que de pronto, en medio de la nada, se le apareció un niño pidiéndole que le hiciera un dibujo.
Así, a partir de la historia del Principito que va relatando el anciano (preciosas imágenes de los más entrañables momentos del libro), la película replantea desde el mundo contemporáneo y urbano lo que significa ser niño, cuánto espacio les dejamos para que realmente vivan su infancia y cómo es que desde muy pequeños los incluimos en la estresante competitividad con que nos regimos diariamente. Y sobre todo, cómo los estandarizamos, eliminando así su rica diversidad.
Difícil encontrar alguien que no haya leído el libro de Saint-Exupéry (o al menos varias de sus frases, que siempre están por todas partes, como antes las de las tarjetas Village).
Y entre quienes lo hicieron, generalmente en el colegio, hay dos tipos de lectores: uno/as que lo aman con veneración y otro/as que cumplen con la máxima del libro: se han vuelto personas mayores y hasta lo miran como un pecado de juventud.
De manera que Mark Osborne (“Kung-Fu Panda”) se metió en un buen lío al hacer esta película.
Contrastarla con el presente fue el recurso preciso. Tanto así, que las escenas que sí corresponden al libro, con la perspectiva que previamente se nos ha dado, se miran con desprejuicio y se revalidan hasta la emoción.
Puede que Osborne y sus guionistas no hayan sabido salir muy bien de la maravillosa fábula contemporánea con que nos volvieron a abrir el corazón (inventar malos tipo Disney es algo ramplón), pero ni eso quita el buen sabor de boca que deja esta adorable película.
IDEAL PARA: volver a entender qué es la infancia.
Copyright Anajosefasilva.cl 2014