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«ENCONTRANDO A VIVIAN MAIER»: LOS MISTERIOS DE UNA FOTÓGRAFA GENIAL

«ENCONTRANDO A VIVIAN MAIER»: LOS MISTERIOS DE UNA FOTÓGRAFA GENIAL

John Maloof tenía 27 años cuando llegó un día a uno de esos remates como los que hace aquí la Aduana, buscando elementos que le ayudaran en una investigación sobre la historia de Chicago.
En ese inmenso galpón y en medio de cientos de personas, Maloof levantó su paleta para quedarse, por menos de US$300, con un cajón de negativos porque le pareció reconocer imágenes de la ciudad de su interés.
Cuando se sentó a revisar su adquisición se encontró con más de 100 mil negativos fotográficos no revelados nunca. Los pocos que el tiempo y la plata le permitieron convertir en fotos lo dejaron perplejo: tenía ante sus ojos retratos de seres anónimos captados en instantes y gestos tan elocuentes como espontáneos, en encuadres perfectos.
«Gugleó» Vivian Maier, el nombre de la dueña del lote adquirido.
Nada.
Decidió recurrir entonces a la redes sociales: compartió en Flickr algunas fotos, con el nombre de su autora.
Allí obtuvo algunas respuestas. «¡Era mi nanny!», fue lo primero que apareció.
Y ahí comenzó lo que se transformaría en «Encontrando a Vivian Maier», el documental que postuló a un Oscar este año, y que es lo más parecido a una novela detectivesca y de misterio sobre una persona y un tesoro artístico enigmáticamente oculto.
Contactando a las personas que la habían conocido -empleadores, adultos que habían estado a su cuidado cuando niños, vecinos-, Maloof reconstruyó, como si se tratara de un rompecabezas, algo de la peculiar personalidad de esta mítica mujer, su paso por este mundo, sin lograr, eso sí, saber nunca por qué captaba compulsivamente imágenes sin parar, para luego guardarlas sin convertirlas en fotografías, de la misma forma en que arrumbaba cientos de diarios y recortes con noticias policiales sobre crímenes horrendos.
Maloof, tan obsesivo como Vivian, fue dando con más pistas y recolectando los miles de objetos -ropas, cartas abiertas y cerradas, chapitas, facturas, entradas al cine- que la mujer dejó en bodegas que le conservaron algunos de sus ex patrones. Era una coleccionista patológica, con un singular mal de Diógenes, entremedio del cual surge este tesoro artístico.
El relato se vuelve a cada paso más apasionante: tras la genial fotógrafa empieza poco a poco a surgir la extravagante y, también en ocasiones, cruel mujer, sin padres ni parentela conocida.
Como parte de un guión estrafalario y caprichoso de la vida real, Maloof y Vivian no alcanzaron a cruzarse en este planeta. Ella murió en 2009 en una residencia de ancianos, dos años después que el joven historiador aficionado adquiriera en remate sus tesoros e iniciara la investigación que los sacaría a la luz.
La perseverancia que, sin conocerse, compartieran como rasgo de carácter hizo que Maloof consiguiera exhibir el trabajo de esta artista -que aún podemos motejar de «anónima»- y convirtiera su historia en uno de los más fascinantes y completos documentales, producto de una investigación acuciosa, y hecho con la misma pasión con que Vivian Maier recorría las calles siempre con su cámara Rolleiflex colgando del cuello.
Su trabajo -que ha sido comparado con el de Diane Arbus por su captura del monstruoso cotidiano, el de Helen Levitt y sus juegos callejeros e incluso esa cierta crueldad de las crudas imágenes de Weegee- ya ha sido exhibido en varios lugares de EE.UU., con gran éxito de público y crítica, gracias a la tozudez de Maloof. A Chile llegará en octubre o noviembre al Instituto Cultural de Las Condes.
Mientras, podemos sumergirnos en la peculiar y contradictoria vida de la solitaria «nanny» de la que por cada información hallada, emergen dos misterios más por resolver.
Para ver sin poder pestañear.
(Documental).

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