En una tensión que va in crescendo (uno termina como cuerda de violín), Enemigo Invisible nos sumerge en los cuarteles, escritorios y computadores de los altos mandos militares y políticos del Primer Mundo en su cada vez más compleja lucha contra el terrorismo. Y en la otra punta, Nairobi, Africa.
Helen Mirren —en un rol que la acerca más que nunca a su entrañable Jane Tennison, superintendente de Scotland Yard en la serie Prime Suspect— es la Coronel Katherine Powell, de la inteligencia militar británica, que ha seguido por años a una célula de fundamentalistas islámicos.
El acucioso y coordinado trabajo ha dado sus resultados. Lo que viene ahora es mover todas las piezas, esto es, su agente somalí en Nairobi; el piloto estadounidense de drones Steve Watts (Aaron Paul, Breaking Bad) en la base de Nevada; al General Frank Benson (Alan Rickman); ministros de uno y otro país.
Watts está listo para disparar los misiles a su objetivo -una casa en pleno Nairobi- cuando de pronto se aparece una niña en las cercanías.
Y hay severos protocolos establecidos sobre los “daños colaterales”.
Esta es una guerra que se hace desde los escritorios, “con galletas y café”, con tecnología de punta y precisión quirúrgica.
Los drones (hay algunos increíbles) son elementos centrales y determinan el punto de vista con que la cámara comparte los angustiosos momentos.
La cuestión es, discuten, ¿optar por cuidar la vida de esa niña y dejar que los terroristas, premunidos con sus chalecos cargados de explosivos, maten a 80 personas?
Hacerlo sería mala propaganda, opinan los representantes gubernamentales. “Los revolucionarios se alimentan de lo que ven en Youtube”.
La discusión ética se mezcla con las conveniencias de cuidar las apariencias y choca con los objetivos largamente planeados, mientras la situación se hace insostenible en las polvorientas calles de Nairobi, en las oficinas en Inglaterra y en la base de Nevada.
La pugna entre unos y otros, la terrible cercanía que brindan los drones involucran de tal modo al espectador que la encrucijada se vive a un lado y otro de la pantalla.
La respuesta no es facilista ni simplona.
Salvo por una escena demás, la película es una muy aguda y contingente reflexión acerca de cómo resuelven las naciones “civilizadas”, que se exigen a sí mismas respetar los derechos humanos, el conflicto al que los enfrentan quienes consideran a la muerte como una legítima forma de imponerse.
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