Son tantas las versiones que ha tenido Heidi, la novela que escribiera en 1880 Johana Spyri, que no hay generación que no suspire recordando a la adorable niña huérfana que vivía feliz en la rudimentaria cabaña de su abuelo en los bellos Alpes suizos.
Películas (hasta Shirley Temple tuvo la suya), dibujos animados, animé, series infantiles y un largo etc. han dado vida al personaje.
Ahora se estrena esta muy bien producida película alemana-suiza que retoma el origen, volviendo a centrarse en la novela y se instala en la cartelera como una muy agradable sorpresa.
Con un asombroso e irreconocible Bruno Ganz en el rol del abuelo (mismo actor que encarnara a ¡Hitler!) la historia comienza cuando Heidi (Adelaida es su nombre) es literalmente depositada por su tía en la cabaña de este hombre gruñón y ermitaño.
La mujer ha conseguido un trabajo en Frankfurt y no puede seguir a cargo de la niña, cuyos padres murieron cuando ella era muy pequeñita.
Aunque el hombre la rechaza rotundamente, es dejada allí.
El candor de Heidi —que se enamora a primera vista de las montañas y la libertad que le brinda la naturaleza— no se condice con su triste vida de huérfana.
Cuando abuelo y nieta ya han estrechado lazos de afectos, y ella ha encontrado en Pedro, el pastor, a su gran amigo, regresa su tía para llevársela a la ciudad: ha acordado instalarla en una mansión para hacerle compañía a Clara, una niña que no puede caminar, huérfana de madre, criada por una severa institutriz.
La película fluye a muy buen ritmo, desgranando el azaroso ir y venir de Heidi, sin que decaiga jamás el interés del espectador.
Entrañable y conmovedora, no lacrimógena, matiza la incombustible inocencia de su protagonista con un trasfondo muy a lo Dickens (mucho/as niño/as huérfano/as, educado/as en una gélida severidad), en un marco que mezcla los extasiantes parajes de los Alpes con una minuciosa y precisa recreación del Frankfurt del siglo XIX, tanto en los exteriores y la ciudad, como los detalles de la casona de Clara y todo ese mundo interior.
Muy buenos secundarios.
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