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FOXTROT: EL BAILE DE UN HOMBRE CON SU DESTINO

Reparto: Lior Ashkenazi,  Sarah Adler Dirección: Samuel Maoz Israel, 2017. Duración: 113 min.

FOXTROT: EL BAILE DE UN HOMBRE CON SU DESTINO

Es difícil sustraerse a la belleza, la asombrosa pulcritud y la elocuente composición de cuadro de cada escena y secuencia con que el director  israelí Samuel Maoz filma Foxtrot, León de Plata Gran Premio del Jurado en Venecia 2017, precandidata al Oscar 2018 y Premio en el National Board of Review al filme habla no inglesa.
Pero no es mera forma, que ya de por sí da para “mirarla” y pensarla una y otra vez. Tanta acuciosidad y perfeccionismo no son gratis: están allí para mejor contar un drama, una tragedia que no parece tal, que nos sube también a momentos de humor absurdo, que encierra una crítica feroz y que nos sorprende hasta el desconcierto, como pocas cosas saben hacerlo hoy en día.
Fue el mismo Samuel Maoz quien describió su película como “un baile de un hombre con su destino”. Un destino que si se invoca como tal, sabemos que encierra fatalidad.

 

TRES ACTOS, UNA MISMA TRAGEDIA

Dividida en lo que podríamos definir como tres actos, estos tienen en común las frecuentes cámaras cenitales, los primeros planos de rostros rodeados de personajes fuera de cuadro, la profundidad de campo, la cuidada estética, ciertos planos generales de elocuente significado y una cámara que de pronto sigue los pasos del foxtrot.
Lo que cambia es  la paleta de colores.
La historia arranca en el departamento de Michael (Lior Ashkenazi) y Daphna Feldmann (Sarah Adler). Ella abre la puerta, ve a un grupo de soldados y se desmaya. Al fondo, Michael demudado.
Su hijo Jonathan (Yonaton Shiray), un chico de menos de 20 años, está haciendo el servicio militar (como todo el mundo en Israel).
Con eficiencia aturdidora, los emisarios del Ejército se encargan de sedar a Daphna y le comunican a Michael lo que ya sabe: su hijo ha muerto “en acto de servicio”. Con ella sedada y él en estado de shock, los uniformados organizan, ordenan, atienden todo detalle y le informan que “nos ocuparemos del funeral”.
El amplio departamento -donde también un perro percibe el dolor- se nos abre en silencio. Hasta que aparece Avigdor, el hermano de Michael. Infructuosamente intentan ubicar a Alma, hermana de Jonathan. Michael se desplaza a la espaciosa casa de reposo donde está internada su madre, una dama fría y distinguida, con demencia senil.
La organización milimétrica del Ejército incluye el funeral, con los detalles de lo que haría el rabino y todo. (“¿Qué te importa? Somos ateos”, le susurra Avigdor a su hermano). Hasta que el zombie que ha sido Michael estalla: “¡Quiero verlo! ¿Tienen el cuerpo siquiera?”.
Las respuesta burocráticas solo enfurecen más a Michael.
“Está en estado psicótico”, determina sin más, con la misma calma de siempre, uno de los soldados.

EL PASO DEL CAMELLO Y LA COREOGRAFÍA DEL FOXTROT

A partir de allí Maoz introduce un giro radical (que no detallaremos) e inicia el segundo acto, que transcurre en una desolada frontera donde Jonathan y un grupo de soldados custodian una barrera absurda -están rodeados de desierto- que deben abrir para que pase con parsimonia un camello. Una escena risible y absurda que se repetirá.
Tan absurda como el container donde duermen los muchachos -hacia donde llegan metiendo sus bototos en una poza de barro- que se irá inclinando a medida que pasan los días y noches. Y la pequeña Van celeste, con una gran foto de una pin-up. Todo muy retro.
Allí conocemos el trabajo de estos soldados, escuchamos historias de la familia de Jonathan que dibuja en su cuaderno y relata a sus compañeros.
El tercer acto vuelve al departamento -en una elipsis desconcertante- para terminar de explicarnos esta tragedia de errores, que nos habla de una fatalidad que como tal, se cumple contra toda voluntad.
Una cámara en círculos describe un escenario distinto. Como en un drama de Bergman, Michael y Daphne conversan. Él le explica y le muestra la coreografía del foxtrot: “No importa donde vayas, siempre acabas en el mismo lugar”.
Antes de ello, los dibujos de Jonathan se han transformado en animaciones (novela gráfica para adultos). Ellas unen la primera escena -el techo de un camión que avanza por el desierto- con las secuencias de cierre y ligan detalles, personajes y situaciones que antes nos habían parecido complementos de la historia. Pero no: Maoz no ha filmado nada al azar. Nada sobra: ni un solo cuadro.

Una película ¡alucinante! en todos los sentidos posibles.

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