“HARRY POTTER Y EL MISTERIO DEL PRINCIPE”

El pasado y la memoria, he ahí la clave

Oficinas en Londres, modernas, con grandes ventanales. En los cielos y sobre el Támesis nubes negras adquieren formas tenebrosas. Algo amenazante y sombrío mueve la tierra y rompe vidrios, puentes (el Millenium, concretamente) y calles…
Harry está en un café del metro y lee el “Daily Prophet”, que despliega un artículo sobre… Harry Potter. Intercambia miradas con la camarera, pero antes de que pueda concretar nada, Dumbledore lo trae a la «realidad» (la de Potter) y lo traslada de sitio para que, antes de volver a Hogwarts, se haga cargo de su lugar en la lucha que viene.
En “HARRY POTTER Y EL MISTERIO DEL PRINCIPE”, la sexta entrega de la saga, los elementos de este lado del mundo tienen singular presencia, ya sea como escenario clave o trasfondo: el mar embravecido, el fuego, el viento furioso, una cueva aislada en un acantilado (filmado en el oeste de Irlanda)… Y es a la vez el momento en que nuestro protagonista asume con certeza que la vida le depara una misión para la cual él es insustituible. Ya todos lo llaman “el elegido”, y él lo acepta.
Oscuro ha de ser el calificativo al que más a menudo se recurre para definir las últimas producciones del ya no tan pequeño mago. Y sí, puede ser apropiado colgárselo a «El misterio del Príncipe», primeramente porque esta vez sí que ocurre una muerte «importante». Sin embargo, no es esto lo que mejor define la película, sino más bien la cercanía con la humanidad de los personajes, protagonistas y secundarios. Y la realización va de la mano con ese concepto: aquí no hay tanta parafernalia sino más bien momentos mágicos de gran belleza; incluso los hay en las tragedias y dramas que se deslizan por la pantalla.
También hay humor, y bastante.
Este Harry Potter mantiene al espectador hechizado, sin decaer jamás.
La mejor de la saga.