Probablemente Mathieu (Pierre Deladonchamps), el protagonista de El Hijo de Jean (Le Fils de Jean), no se hubiese molestado en dejar su más o menos organizada vida en París si la llamada que desde Canadá le alerta acerca de la muerte de su padre, fuese un tema resuelto para él.
¿Pero cómo podría serlo? En realidad él ni conoció a su progenitor, su madre ha fallecido hace unos cuantos meses, no se lleva del todo bien con su padrastro y está separado de su esposa, aunque la relación entre ellos se da en buenos términos, lo que le permite ser un muy presente y amoroso padre con su pequeño hijo.
La noticia evidentemente le impacta y decide viajar. Su motivo explícito: “Quiero conocer a mis hermanos”.
Más al fondo, lo que hay en Matthieu es el sentimiento de soledad vital de quien se percibe a sí mismo desconectado de sus raíces. Por eso la llamada de Pierre (Gabriel Arcand), quien le explica que ha sido amigo de toda la vida de su padre, le moviliza todo su ser.
En Montreal lo recibe el mismo Pierre, un tipo que al comienzo se muestra más o menos hosco pero que muy pronto lo introducirá en el seno de su propia familia, compuesta por su mujer y su hija. Junto con ello, le entrega una singular herencia (un pequeño enigma) que le ha legado Jean. Lo primero que hace Mathieu es preguntarle el por qué del abandono total y radical de su padre. Eso “lo acosó toda su vida”, le responde sombrío. El visitante se va así enterando que Pierre y Jean, ambos médicos, han recorrido caminos muy diferentes en sus profesiones y en sus vidas personales.
Buena parte de la película transcurre en un majestuoso lago y una cabaña rodeada de verdor a donde se trasladan Pierre, Mathieu y los dos hijos de Jean, dos seres como el agua y el aceite. Su anfitrión le presenta a sus medio hermanos con una condición: que no mencione que él es también hijo de Jean porque ni ellos ni la viuda saben de su existencia.
El director Philippe Lioret se toma su tiempo en presentarnos estos puzzles familiares, para llegar al último tercio del metraje a darle sentido, y mucho sentimiento, a lo que parecía una mera exposición de hechos y personajes.
Más que un giro -que sí, podría decirse que eso hay- Lioret construye prolijamente una historia de una emocionante humanidad, desplegando un amplio y complejo entramado de dolores, culpas, necesidad de redención y secretos bien guardados, en torno a las relaciones filiales.
Tanto así que ese suspenso que de pronto empieza a instalarse sin que sepamos exactamente cuándo, no solo no se detiene sino que se acentúa hasta las últimas escenas.
Mathieu viajó porque quería a conocer a sus hermanos, pero terminó consiguiendo mucho más: respuestas que no imaginó obtener y recuperar años perdidos con los que armar su identidad y llenar esos vacíos en el alma.
Si los súper héroes y derivados no son lo suyo, esta es su película.
(En Cine UC, Alameda 390, domingo 17 de junio, a las 18.30 y 20.30).
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