Desde 2011 la serie Homeland (Patria) arrasa ratings en el mundo y acapara premios en la industria. Para enero próximo se anuncia el lanzamiento en Estados Unidos de la sexta temporada.
Escribe: Rebeca Araya Basualto
Obama y Hillary Clinton, entre otros, han señalado a Homeland como su serie favorita, pese a que desnuda con ojo crítico la política exterior de los EE.UU. Cuatro temporadas disponibles en Netflix y la quinta, estrenada en EE.UU. en octubre pasado, está en la cartelera de Fox Play Latinoamérica.
“Cuando mires al abismo -dijo Friederich Niestzche- recuerda que el abismo también te mira”.
De algún modo, esa frase del filósofo alemán alerta sobre la fascinación que ejerce en sus admiradores Homeland, una ficción demasiado cercana a las noticias que vemos a diario, a ciertas terribles fotos en la prensa o los pulcros informes con que los noticiarios explican escenas de horror y crueldad que, desde cualquier punto del planeta, irrumpen para agobiar nuestros días.
Los 12 capítulos de la primera temporada del drama de suspenso, producido por Fox 21 Studios, despliegan la historia de Nicholas Brody (Damian Lewis), sargento de la infantería de marina (“marine”) que, tras 8 años prisionero de Al-Qaeda en Irak, es rescatado por comandos norteamericanos.
Su antagonista es la agente de la CIA Carrie Mathison (Claire Danes), quien, tras realizar una operación no autorizada en Irak, debe volver a Estados Unidos, reasignada a un grupo antiterrorista que opera desde Langley (Virginia).
(En realidad, la CIA tiene su cuartel general en esa ciudad dormitorio aledaña a Washington).
Mientras residía en Irak, un iraquí a punto de ser ejecutado advierte a la agente Mathison que un norteamericano entrenado por Al-Qaeda atacará objetivos estratégicos en EE.UU.
Tras el rescate de Brody, Mathison se obsesiona con la idea que el “marine” es el potencial traidor.
Por el contrario, su jefe en la CIA, el ambicioso David Estes (David Harewood) ve al rescatado como una oportunidad para legitimar la intervención en Medio Oriente, ofreciendo a la opinión pública un héroe. Eso beneficiaría al Vicepresidente William Walden (Jamey Sheridan), a cuya sombra Estes proyecta su carrera. Walden, ex director de la CIA, es partidario de invadir los países regidos por el Islam y opera en ese sentido a espaldas del Presidente de la Nación.
Un cuarto personaje, Saul Berenson (Mandy Patinkin), agente desde los tiempos de la guerra fría, al mando de la división de la CIA en Medio Oriente y mentor de Carrie Mathison, completa el núcleo central que articula las cuatro temporadas disponibles en Netflix y la quinta, estrenada en EE.UU. en octubre pasado y disponible en Fox Play Latinoamérica.
La serie ha recibido 146 nominaciones y 54 premios, entre ellos cinco Globos de Oro y 8 Emmy.
La historia se basa en la serie de la TV israelí Hatufim (Secuestrados), escrita por Gideon Raff y exhibida el 2010 en Israel, con record de audiencia.
Idea original: la traumática vivencia de soldados israelitas prisioneros de los árabes que, tras la experiencia límite del secuestro y la tortura, intentan reinsertarse en su país y retomar sus vidas.
A partir del argumento de Raff, que hoy integra el equipo de guionistas de Homeland, Howard Gordon y Alex Gansa (creadores de 24) concibieron un relato cruzado por las obsesiones estadounidenses post 11 de septiembre, que podrían resumirse así: “hay un enemigo omnipresente y sostenido por el fanatismo religioso, que desprecia la existencia propia y ajena, dispuesto a destruir Estados Unidos y su forma de vida”.
Osama Bin Laden encarnó ese enemigo en la realidad y el personaje de Abu Nazir (Navid Negahban) lo hace en la serie.
Los guionistas presentan el Islam como una interpretación mística de la vida que supera la racionalidad occidental, pero puede seducir a quienes están más allá de las fronteras culturales en que se origina.
Establecen así una meta inclaudicable para la CIA y sus agentes: derrotar al enemigo sin rostro de esta guerra que los yihadistas (combatientes islámicos) impulsan –según la mirada de los guionistas- para retribuir “ojo por ojo” la violencia que tropas estadounidenses y sus aliados occidentales perpetran a su pueblo, particularmente tras la declaración de guerra post 11 de Septiembre de 2001.
Solo conciben la paz tras la rendición incondicional de Estados Unidos, la devolución de los territorios ocupados y –probablemente- la sujeción al Islam de los invasores. La lucha entre ambas culturas se dibuja así como una conflagración que definirá nuestro siglo y cuyo combates tienen por campo de batalla al mundo.
De las cuatro temporadas que analizamos, hay consenso entre los críticos que las mejor logradas son la primera y la cuarta. En ellas, bien y mal se confunden en una lógica impredecible que atrapa al espectador.
Los capítulos aluden constantemente a la contingencia política global, anclados en hechos cuya violencia acecha por igual a combatientes y ciudadanos de a pie. Todo mezclado con la urdimbre soterrada de luchas intestinas que expresan, a través de los personajes, pugnas de poder al interior de la CIA y el gobierno norteamericano.
El conflicto ordena una danza interminable y cruel de intereses que, eventualmente, incluso pueden pactar acciones o treguas en función de la mutua conveniencia, más interesados en equilibrar fuerzas que en lograr la paz.
Lo vivido por el prisionero Nicholas Brody queda claro tras su rescate, la primera noche que se desnuda ante su mujer.
El cuerpo, surcado de cicatrices, hace fácilmente predecibles otras marcas, menos visibles: las de su mente.
Ni unas ni otras interesan a la prensa ávida de “una buena historia”, tras la cual invaden sin escrúpulos su privacidad.
Tampoco importan al ejército, la CIA o los políticos que –entre halagos- le exigen convertirse en el héroe que requieren.
Y menos a la agente Mathison, que sólo espera desenmascararlo, antes que atente contra un país y un sistema del que se asume guardiana. Esa percepción la induce a sobrepasar la autoridad de sus superiores, inicialmente incrédulos ante sus sospechas y –a lo largo de toda la serie- desbordados por la obsesión con que Carrie persigue sus intuiciones, acicateada por el trastorno bipolar (maníaco depresivo) que la aqueja y es, al mismo tiempo, su principal fortaleza y el eje de todas sus debilidades.
Brody y Mathison son dos personas enfermas, relacionándose desde la desconfianza mutua en un contexto dominado por la paranoia y la falta de escrúpulos.
Brody es apenas una pieza en una maquinaria para la cual los individuos no importan. En el trasluz de su historia asoma su familia y, con ella, las sombras que hoy atenazan la vida de la clase media norteamericana, inmersa en una guerra sibilina que por primera vez cruza las lejanas fronteras a las cuales hace décadas van sus hombres y mujeres a matar o morir, en defensa del “american way of life”y se instala en su territorio.
La historia va y vuelve del medio oriente arrasado a una ciudad de Washington diáfana, con la Casa Blanca como un bastión amable en medio de la ciudad.
Tras la postal subyace el miedo, instalado en el país y el planeta al derrumbarse las Torres Gemelas.
En distintas temporadas, los personajes deslizarán frases que siembran sospecha sobre los verdaderos responsables del atentado del hoy llamado 11-S ¿Fue la CIA o Al Qaeda quien digitó el drama que justificó ante la opinión pública mundial declarar la guerra al Islam?
El 2012, al recibir su primer Globo de Oro a la mejor actriz, Claire Danes (Carrie Mathison), consultada sobre la manifiesta preferencia de Barak Obama por Homeland respondió: «Eso deja claro la relevancia de la serie. La historia habla de la ansiedad y el desasosiego que vivimos como sociedad, en una nueva era donde no tenemos claro quién es el enemigo».
Si la primera temporada establece el conflicto y los personajes centrales que darían continuidad al relato, la segunda mantuvo alto rating jugando cartas ganadoras: los mil matices de la lucha por el poder, con la CIA omnipresente dentro y fuera de Estados Unidos y el romance entre el marine Brody, convertido en congresista promisorio, y la agente Carrie Mathison quienes, entre mutuas sospechas y traiciones, terminan viviendo una historia de amor tan intensa como desesperada.
Muchos atribuyen el fracaso de la tercera temporada (única excluida de premios y que cayó bruscamente en las preferencias del público) al súbito fallecimiento, en marzo de 2013, del guionista Henry Bromell (65) que, desde el principio, integró el staff creador del relato.
Bromell aportó su historia real como hijo de un agente de la CIA y, tal vez, esa experiencia ayudó al juego ambiguo de una serie sin los obvios “buenos” versus “malos” que esta temporada perdió.
El guion tomó partido, la historia se volvió predecible y… su encanto se diluyó.
Entre las secuencias sorprendentes, en especial para los latinoamericanos, está la reaparición de Brody –esta vez fugado de Estados Unidos y con su cabeza puesta a precio por la CIA- en la Venezuela de Chávez, en una locación que ni la más afiebrada imaginación pudo crear, pero la realidad hace posible.
Existe hasta hoy en Caracas “La Torre de David”, 45 pisos concebidos para oficinas y departamentos de lujo, abandonados a medio terminar durante la crisis financiera de 1994.
Poblada por “okupas”, coexisten allí delincuentes, trabajadores que encuentran en el edificio en obra gruesa un lugar para vivir, seguidores de Chávez (cuya imagen barbada aparece en varias escenas, asimilada a la del Che, pintada en un muro junto a consignas revolucionarias).
Allí sitúa Homeland a mercenarios asociados a la CIA a través de la agente Mathison que –financiados por ella- refugian al prófugo y mal herido héroe en desgracia, acusado de destruir el cuartel general de la CIA en Langley, mediante una explosión detonada por la yihad desde su vehículo. Sólo Carrie Mathison es testigo de su inocencia y, mientras logra probarla, protege su fuga.
Los episodios se filmaron en Puerto Rico, en un rascacielos con historia equivalente al abandonado en Caracas.
Ya reponiéndose de sus heridas, Brody conversa con el doctor Graham, un amanerado médico mulato que lo atiende.
Desde lo alto de la esperpéntica construcción, se observa el punto en que la ciudad se separa de la selva, y Brody pregunta cómo esa corte de los milagros creó allí un mundo con leyes propias en medio de la ciudad. “La llaman la Torre de David –responde el Dr. Graham-. No es por el Rey David ¡Dios no lo quiera! Es por David Brillembourg, el banquero ególatra que la encargó. Desafortunadamente David murió antes de que se terminara–continúa- y luego toda la economía murió. Se detuvo la construcción, llegaron los okupas y… ¡voilá!”.
El relato sintetiza el origen real de la torre en cuestión, sobre la cual hay videos en youtube.
Brody pregunta: “¿Y por qué tú estás aquí?”. El facultativo responde: “Porque este es el lugar que nos acepta […] un absceso incurable al que llamamos hogar”.
Fantasía y realidad se mezclan en un planeta que combate en cualquier punto batallas cuyas lógicas apenas alcanzamos a entender.
De hecho, en octubre de 2013, tras la emisión de los capítulos que comentamos, el gobierno venezolano editorializó, a través de la web del Sistema Bolivariano de Comunicación e Información (Sibci): “¿Qué razones hay para que Venezuela aparezca en una serie que el presidente Obama abiertamente apoya y anima a ver, y que cuenta con el respaldo y el apoyo de la CIA? ¿Es una especie de preparación para que el pueblo estadounidense justifique cualquier agresión a nuestro país? El tiempo lo dirá”, concluye el texto.
Desde los primeros capítulos de Homeland, tras el montaje de un sistema espía que la agente Mathison instala en la casa de Nicholas Brody, contradiciendo órdenes superiores, asombra la tecnología disponible para escudriñar la privacidad de cualquiera, en cualquier lugar del planeta.
Capítulo a capítulo se despliega la interacción de satélites y celulares que acceden a nuestros ingresos, hábitos de consumo y forma de vivir, a través de la huella digitalizada que estampamos en mil redes.
Micrófonos, cámaras urbanas y drones (vehículos aéreos robotizados) reportan la intimidad de cualquier persona en tiempo real, sin importar en qué lugar del planeta resida.
La guerra es también asunto de acceso a la tecnología.
Hoy en Medio Oriente los mismos drones que acechan invisibles desde el cielo, pueden dejar caer bombas para destruir –sin aviso ni defensa posible- blancos estratégicos. Y quienes están en calles, escuelas, hospitales o iglesias aledañas a esos blancos, con frecuencia sufren el “daño colateral” de la carga de muerte y destrucción asignada al objetivo militar.
Homeland muestra con crudeza tres ángulos del proceso: la fría y planificada observación y toma de decisiones desde asépticas salas de control muy lejanas al ataque; el horror de quienes, sin opciones, sufren o mueren por estar en el sitio inadecuado en el momento inadecuado. Y la desesperanzada ira que sostiene a los sobrevivientes que eligen confrontar esa sofisticada tecnología con el desapego vital que implica atarse una bomba al cuerpo, para morir matando.
Nada nuevo a fin de cuentas, pero expuesto sin matices evoca la era del “Gran Hermano”, imaginada por el escritor George Orwell en la novela “1984”, publicada hace 67 años. Su relato predijo que la sinergia entre tecnología e intereses económicos y políticos, harían de la democracia poco más que un buen propósito. Y de la vida humana un insumo, valorado en función de metas definidas por un sistema omnipresente y administrados por burócratas.
Reconquistar siempre es más difícil que conquistar y si la tercera temporada de Homeland rompió el encanto de sus seguidores, la cuarta docena de capítulos fue un despliegue de talento, recursos y actuación.
Muerto Brody en la temporada previa, Carrie Mathison da a luz a su hija y vuelve a servir a la CIA en Afganistan, como jefa de operaciones, poniendo así medio planeta de distancia entre ella y la niña concebida con un amor que no logra olvidar.
La historia nos sitúa la mayor parte del tiempo en Islamabad (Paquistán), aunque en verdad se filmó recreando esa ciudad en Sudáfrica.
Carrie, dominada por la culpa, manipuladora, desquiciada e inescrupulosa, aparece sumida en situaciones que nos generan la ilusión de husmear una ciudad del medio oriente. Ilusión contra la cual el portavoz de la embajada paquistaní en Washington, Nadeem Hotiana, arremetió como entrevistado, desde el “New York Post” al terminar la cuarta temporada. Cuestionó el retrato de su país construido para la ficción, que muestra Islamabad como una ciudad pobre, sucia y caótica, en un país destrozado por la guerra, cuyo gobierno solapadamente ampara el terrorismo islámico: “(…) es un insulto al sacrificio de millares de paquistaníes implicados en la guerra contra el terrorismo. –señaló- Nuestra cultura abraza la sociedad occidental. Paquistán cree en el sistema democrático para elegir a sus presidentes (…) ‘Homeland’ deja caer que los paquistanís desprecian a los americanos y sus valores y sus principios. No es verdad”.
Lo cierto es que el guión sacrifica con frecuencia la verosimilitud y falsea realidades culturales e históricas del medio oriente, en beneficio del relato vertiginoso de situaciones.
En el trasluz de la cuarta temporada, aparece el conflicto existencial de distintos personajes a la vez atormentados y fascinados por su pertenencia a la CIA.
Una y otra vez cuestionan la forma en que afectan a sus cercanos y las consecuencias de sus acciones sobre personas inocentes.
Carrie se culpa por la muerte de Brody. Saul Berenson, su mentor, se debate entre dejar la organización y la compulsión por seguir ligado a sus operaciones y Peter Quinn (el actor inglés Rupert Everet), un personaje que desde la segunda temporada fue creciendo en el relato, oscila entre la depresión y el descontrol, hastiado del sinsentido cruel que percibe en el quehacer de la CIA, para la cual ha sido sicario, analista y controlador de Carrie, de la cual termina enamorado.
La quinta temporada, que concluyó plena de elogios de la crítica este año en EE.UU, nos sitúa en Berlín, dos años después de la masacre del personal norteamericano en la embajada de EE.UU. en Paquistán, fruto de un ataque yihadista, que fue el clÍmax de la cuarta temporada .
Tras bandonar la CIA, Carrie Mathison trabaja en una empresa de seguridad privada, disfruta a su hija y es pareja de un hombre que la ama.
El jazz –música favorita de la protagonista y característica de la serie- se oye mejor en una Europa que parece fluir entre la cadencia de Miles Davies y la musicalidad del trompetista polaco Tomasz Stańko, autor de la banda sonora de la serie.
Pero la historia va poblándose con la contingencia europea: las amenazas terroristas de ISIS; la masacre de la revista Charlie Hebdo en ParÍs; la guerra en Siria, seguida por el drama de sus refugiados, el espionaje entre gobiernos y la persecución a Edward Snowden o Julian Asange… en fin: la quinta fue –por lejos- la temporada más política, desesperanzada y crítica de la serie.
En uno de los diálogos, el propietario de la empresa para la que trabaja Carrie, tras marcar la diferencia entre “terrorismo y derecho a la rebelión”, afirma: “Nada ha hecho al mundo más peligroso en los últimos quince años que la política exterior de los Estados Unidos”.
Una anécdota: como la temporada se filmó en Berlín y buscando dar realismo a locaciones que simulan un campo de refugiados sirios, la producción contrató grafiteros para pintar frases sobre los muros, usando el alfabeto árabe. Ellos escribieron: “Homeland es racista» o» Homeland es una broma y no nos hacen reír», entre otras consignas que nadie pidió traducir, de modo que su significado sólo quedó en evidencia al exhibir la serie.
Interrogados por la prensa, los grafiteros –hijos de inmigrantes- dijeron que era sólo un chiste, que consideran legítimo, sobre una serie que: “(…) consigue elogios por parte de la audiencia estadounidense, por su crítica a la ética del Gobierno americano, pero no sin alimentar peligrosamente el racismo en este tenso momento que vivimos en la actualidad».
Alex Gansa, guionista y productor ejecutivo respondió: «Nos habría gustado interceptar estas imágenes antes de que salieran a la luz. Sin embargo, como Homeland siempre se esfuerza por ser subversiva para que hablen de ella, no podemos dejar de admirar este acto de sabotaje artístico».
Parece que, en tiempos de crisis global, el marketing se reinventa capitalizando el conflicto.
Sería interesante saber qué opinó el presidente Obama o la postulante demócrata Hillary Clinton de críticas tan directas a la actual gestión, provenientes de una serie para la que no escatimaron halagos en sus primeras temporadas.
La sexta temporada partirá en Estados Unidos el 15 de Enero de 2017 y existen contratos que aseguran hasta la octava temporada en 2019.
Un interesante escenario político espera a esta serie, que hizo de lo impredecible su fortaleza.
De hecho, para la elecciones presidenciales norteamericanas que se realizarán este 18 de noviembre, por primera vez en décadas no hay un candidato con ventaja cierta a meses de los comicios.
La temporada venidera tendrá a Estados Unidos por escenario y comenzó a filmarse en Nueva York en agosto pasado.
Según Alex Gansa, guionista y productor ejecutivo, el relato comienza el día siguiente a la elección presidencial norteamericana.
La ficción presume que resulta elegida una mujer, encarnada por la actriz Elizabeth Marvel (46) que, en House of Cards, ya desempeñó el papel de candidata presidencial, compitiendo con el malvado protagonista de esa serie, Frank Underwood (Kevin Spacey).
Los capítulos abordarán el período que transcurre entre el día de la elección y la toma de posesión. “Es un extraño tiempo de transición en los pasillos del gobierno –ha dicho el productor- llenos de ansiedad y diferentes intereses en competencia”.
Según Gansa, se enfocarán en “la responsabilidad de los servicios de inteligencia para educar a esa gente que entra en la oficina oval. Escuchamos anécdotas fascinantes sobre la transición (…) cuando Obama llegó a la oficina y cómo fue ese período entre la elección y el día de la inauguración. Esta temporada habrá de educar a un nuevo presidente y cuál es la responsabilidad de la CIA, en términos de hacer a esta nueva persona consciente de los peligros del mundo”.
Más allá de la Casa Blanca serán también temas de la serie los acuerdos nucleares con Irán y la comunidad musulmana: “Hablaremos de cómo hacer cumplir la ley en este país; como es el tratamiento de la comunidad musulmana en este momento, y cómo ha sido el tratamiento de la comunidad musulmana desde el 11 de Septiembre” dijo Alex Gansa.
Copyright Anajosefasilva.cl 2014