LA ESTAFA DE LOS LOGAN : EL GRACIOSO LADO B DE OCEAN’S ELEVEN

Entre un condado de Virginia Occidental y el igualmente poco sofisticado pueblo de Charlotte, Carolina del Norte, transcurre La Estafa de los Logan (Logan Lucky), una comedia de acción con aquello del robo milimétricamente planificado como núcleo argumental.
El mismísimo Steven Soderbergh se dio el gusto de filmar esta suerte de versión country de su exitoso remake de La Gran Estafa (Ocean’s eleven), en un juego de metacine en que incluso los personajes hablan sobre esta película de 2001.
Nada más alejado de ese glamour a todo brillo de Las Vegas, en el que circulaban Brad Pitt, George Clooney, Julia Roberts, Andy García, por mencionar parte de ese elenco Top One. Todos unos winner.
Metiendo mano y cámara en lo que conocemos como el Estados Unidos profundo, aquí Soderbergh se concentra en Jimmy Logan (Channing Tatum, Los 8 más odiados (VER COMENTARIO) y sus hermanos Clyde (Adam Driver) y Mellie (Riley Keough), con patente de losers, según opina toda la comarca. “Es mucho pensamiento para un Logan”, dice por ahí un vecino meneando la cabeza.
Jimmy, un verdadero cirujano de los motores, acaba de ser despedido de la mina -el destino laboral de todos quienes crecen por allí- a causa de una cojera que ya se ha empezado a notar. Su hija, la pequeña y encantadora Sadie, es su mecánico asistente, cada vez que él la pasa a buscar en su viejísima camioneta a casa de su madre, Bobbie Jo (Katie Holmes). Jimmy y Bobbie Jo están divorciados y ella se ha vuelto a casar con un exitoso hombre de negocios.
Clyde, un hombre parco y de pocas palabras, atiende un bar de mala muerte en medio de una zona semi rural, con un brazo ortopédico, resultado de su paso por Irak. Mellie es peluquera.
Si en los casinos de Las Vegas circula mucho dinero, tanto así se reúne en la muy famosa carrera de autos que se realiza en el Circuito de Charlotte, todo un evento para los lugareños.
Allí es donde pone el ojo Jimmy para planear un gran robo. Además de sus hermanos, requiere en el equipo a un genio de los explosivos, Joe Bang (Daniel Craig, gozosamente sacudiéndose su rol de James Bond). El detalle es que él está en la cárcel, asunto que a Jimmy no se le ha escapado. Claro que eso significa sumar a la banda a los hermanos de Bang, un par de subnormales de mucho cuidado.
En la primera hora de la película entran y salen estos y otros personajes, en un despiadado e irónico retrato del lado B de la gran Norteamérica. ¿Cómo esta manga de chapuceros white trash se imagina siquiera que puede conseguir llevar a cabo tan improbable plan? Pero el espectador ya está angustiado rogando que esto no vaya a acabar mal… para los ladrones.
Enseguida y de a poco, uno va dándose cuenta que el reloj marca Soderbergh ya se ha echado a andar ante nuestras narices; pero tal como en La Gran Estafa, mucha información clave nos es ocultada a través de elipsis imperceptibles.
El alcaide, una aguda agente del FBI (Hilary Swank), un par de patéticas estrellas de las carreras de autos completan un universo que las imágenes describen con precisión y una estética inconfundible y añaden muchos divertidos momentos a los ya profusamente desplegados. Como sacada de algún “Astérix”, inolvidable la jocosa secuencia de los compañeros de prisión de Joe Bang discutiendo acerca de Game of Thrones.
Todo al ritmo de “Take me home, Country Roads (West Virginia)”, de John Denver, en la voz de una sobre maquillada y sobre peinada Sadie, compitiendo en el escenario de su colegio, a donde papá alcanzará a llegar, para verla en su momento de gloria.
Aguda, graciosa, un puzzle delicioso de armar.
Muy buena.

(En Fílmico, Paseo Las Palmas. En Netflix, anunciada para el 27 de diciembre).

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