«¿Quién es ese escote que está ahí?», le pregunto al colega de LUN, mirando una rubia, dorada de la cabeza a los pies, que da entrevista a algún micrófono.
«Una farandulera», me responde, dejándome en lo mismo. Ya imagino que no es alumna de Humberto Maturana ni ensaya a Shakespeare durante el año, pero algo hará con su vida, supongo. «Sale con algún famoso, da notas para ‘S.Q.P.’, luego con otro famoso y así», se explaya ante mi cara de nada. Su nombre me entró por una oreja y me salió por la otra.
Marco Antonio de la Parra, debutante en esta lides, la miró y me dijo: «yo creo que tiene lentes de contacto». Todo un caballero que, con su mirada de médico, me hablara de las pupilas sospechosamente celestes de la señorita en cuestión y no de la estupenda cirugía plástica de su delantera, amortizándose con el escote en comento.
En el salón del cóctel nos reuníamos unos cuantos periodistas, muchas personas vinculadas a la municipalidad y los anónimos músicos de la competencia, mientras en una inmensa pantalla veíamos el famoso desfile de la alfombra roja.
Habíamos logrado llegar hasta allá atravesando un apretado mar de fans, muchos de los cuales ya estaban allí cuando fuimos a almorzar al Dal Cuore, ese restorancito encantador y de muy rica carta, a la entrada de 3 Norte, justo frente al Casino.
De noche, el taxi que nos llevó desde el Cap Ducal nos dejó más lejos que si hubiésemos ido a pie, lo que para mis tacos fue ¡una travesía por el Amazonas!
Al comienzo de la alfombra -herméticamente cerrada por vallas papales- un productor nos saludó gentilmente y nos espetó: «No, ustedes no están en la lista». (What!?).
No. No es que la invitación -personal e instranferible, como dice la tarjeta negra con letras doradas- que nos había llegado fuera falsa.
Es que no calificamos en la fauna de exhibición de este show, que organiza y produce con eficiencia el mismo equipo de «Primer Plano». Eso significa que no tenemos que recorrer (¡gracias a Dios!) los kilómetros de la alfombra roja, subirnos a la plataforma giratoria tipo Fantasilandia, mostrar las manos enjoyadas-auspiciadas con uñas barnizadas lo más exóticamente posible en la hand cam (¡por favor, eliminen eso ya! No hay mano que no se vea ¡ho-rri-ble!) y los zapatos en la shoes cam, el invento de este año, respondiendo entremedio a conductores, reporteros en el camino que se esfuerzan porque las preguntas no sean exactamente las mismas para los desfilantes.
A cambio, tuve que enterrar mis tacos y recoger mi falda de seda para atravesar los caminos de tierra de la plaza, detrás de caballitos montados por niños, y entrar por el costado del Casino, firmemente sujeta del brazo de mi marido.
Tampoco fue sencillo. Otro compacto grupo de fans no se dejaba traspasar para que pudiésemos llegar al hall, hasta que algunos nos reconocieron (¡hay gente que lee, ve teatro y va al cine!) y nos abrieron paso con la tranquilidad de quien sabe con certeza que «nosotros aquí, ustedes allá» (segregación en estado puro).
Saludamos a Coty Reginato (una de las personas más auténticamente encantadoras que me ha tocado conocer) y a Jaime De Aguirre, el «dueño» del Festival, que ya tomaban posiciones para recibir a los invitados a esta suerte de ceremonia de matrimonio cuyo desfile cierran los novios, Rafa Araneda y Carolina De Moras. Siempre con ellos, el hombre que tiene todo bajo control: el periodista Marcelo Sandoval, jefe de prensa del Festival, que trabaja 24/7, resolviendo más problemas que el Ministro de Educación.
En el tercer piso, detrás de una valla, un mogollón de fotógrafos y camarógrafos antecede el salón donde uno se instala a esperar. Igual nos piden que posemos.
Una de las primeras en llegar fue Kathy Salosny. Me sentí cómoda con ella, no sólo porque la conozco desde hace mucho tiempo y tenemos amigos en común, sino porque ¡mide el mismo muy chileno metro 56 que yo!
Hacía poco me había vuelto a asomar a la entrada del salón para ver aparecer una diosa de 1 metro 80 (al menos), flaca como un espárrago, perfecta, preciosa. Pienso: «Dios no es equitativo» y le hago la pregunta de rigor a mis colegas de Revista «Cosas». Es una modelo Elite, explican, de bonito nombre que tampoco retuve.
Me doy cuenta que hay una lista ornamental.
La cosa es que mientras más tarde se llega, más importante se es.
Kathy tenía programa en la mañana temprano y había llegado antes con la esperanza de que esto caminara a su hora y así poder dormir un poco antes de estar en cámara al día siguiente.
En realidad, los «novios» llegaron cuando ya nos habíamos sentado a comer.
Antes me di el gusto de abrazar con cariño a dos «guatitas» preciosas: la de Diana Bolocco, cariñosa y simpática a morir (Cristián Sánchez igual de afectuoso) y la de Maura Rivera, con quién no nos encontrábamos desde que hicimos un programa festivalero con Antonio Vodanovic para Canal 13 en 2009. Ahí supe que Maura no era la figurita decorativa de esos programas erótico-juveniles que proliferaron en la tarde televisiva. Era -es- una chica observadora, inteligente y muy sencilla. Nos presentó a Mark (González, el futbolista, por sí no lo sabe) que tenía la misma generosa actitud solidaria que mi marido, sumergido en un mundillo que no es el suyo pero al que se suma con tranquilidad.
Al final de cuentas, con un dolor de pies de aquéllos, la verdad es que uno igual se lo pasa muy bien porque se reencuentra con amigos y compañeros de lides periodísticas, como Pablo Aguilera (él ES Dorian Grey), su hija Dani, con la que compartimos un grupo de whasap, o Diana Massis, una periodista de fuste con quien hasta hemos trabajado juntas.
Ojalá otros eventos culturales (en su sentido más antropológico) aprendan la lección. Jugar al glamour no sólo es entretenido para casi todo el mundo (32 puntos promedio es mucho para la tele de hoy) sino que logra concitar la atención sobre un evento, cualquiera que este sea.
(Por si acaso, en cualquier Festival europeo, esos que tanto respetamos, es de rigor el smoking y el traje largo. A ver si algunos por acá se dejan de remilgos, lamentos quejosos y falsas modestias).
Copyright Anajosefasilva.cl 2014