The Death of Stalin Reparto: Steve Buscemi, Simon Russell Beale, Jeffrey Tambor, Michael Palin, Andrea Riseborough. Dirección: Armando Iannucci Reino Unido, 2017. Duración: 106 min.
Que Michael Palin, integrante de los Monthy Python, forme parte del esplendoroso elenco que anima la delirante y negra farsa que es La Muerte de Stalin (The Death of Stalin) ya da una idea del humor por el que transita esta premiada película británica de Armando Ianucci. Y que el gobierno de Putin haya decidido prohibir su estreno termina por arrojar luces sobre el desenfado e insolencia con que se arma esta historia.
Moscú 1953. Mientras los hombres del NKVD (el comisariado del pueblo) esperan aburridos las listas de “enemigos de Stalin” para salir de cacería por la ciudad, en los estudios de Radio Moscú tiene lugar un concierto, con público.
Una llamada telefónica -un paso de comedia en sí- pone comprensiblemente nervioso al Director de la emisora y genera una absurda y caótica situación.
Ambos hechos se cruzarán en los hogares desde donde serán sacados de sus camas los caídos en desgracia y un músico que el desesperado Director de la radio busca con urgencia. Todo en una desconcertante mezcla de perfecta burocracia e insólita arbitrariedad.
En una gran mesa bien servida, Stalin (Adrian McLoughlin) cena animadamente con sus más cercanos del Politburó, ese grupúsculo en que se concentraba todo el poder: el temible y poderoso Lavrenti Beria (Simon Russell Beale), encargado de ejecutar las listas de condenados a muerte; el pusilánime Georgy Malenkov (Jeffrey Tambor), oficialmente candidato a la sucesión; Vyacheslav Molotov (Michael Palin); y Nikita Khrushchev (Steve Buscemi). Ríen, intercambian bromas de dudoso gusto, repasan acciones del día, los listados aquellos, quehaceres habituales. “Estoy agotado: ni recuerdo quién esta vivo ni quién está muerto”, le comenta uno a otro con cara de stress, mientras caminan a otra sala a ver un western de John Huston para relajarse.
Una cámara inquieta sigue luego a algunos de estos hombres, que discuten apasionadamente asuntos burocráticos mientras suben y bajan de las mazmorras a donde han ido a a parar los condenados, y en absoluto segundo plano, tiroteos, gritos, alguien lanzado escalera abajo.
Cómo se obtiene humor de todo ello es parte del prodigio de esta película basada en el cómic de Fabien Nury y Thierry Robin.
Cuando Stalin sufre un ataque, se suceden en cascada secuencias que parecen inspiradas en el camarote de los hermanos Marx, partiendo por el traslado poco digno del amado líder, desde donde ha caído hasta su lecho.
Luego vendrá la búsqueda de médicos que lo atiendan, que se topa con la dificultad de que los más destacados, o han sido asesinados o enviados al gulag.
La ya desenfrenada lucha por el poder se desata del todo entre este verdadero nido de víboras, en agitados movimientos, conspiraciones, traiciones que no cesan ni siquiera en el pomposo funeral a donde las multitudes han llegado a despedir al camarada Stalin. La caminata por el bosque es una secuencia brillante, que es capaz de sintetizar en una verdadera coreografía el concepto mismo de la imperiosa y egocéntrica necesidad de poder, mientras se recriminan de “narcisismo no autorizado”.
Lo farsesco se mezcla con diálogos de una agudeza exquisita, imágenes grandiosas, violencia puesta en contexto de humor y sobre todo mucha sátira a la burocracia (la palabra colectivo se repite una y otra vez y los artículos de las leyes se exponen a cada episodio).
Al borde de lo inverosímil, solo que (básicamente) fue real.
Marx ya lo dijo: “Hegel dice en alguna parte que la historia se repite dos veces; le faltó agregar primero como tragedia y después como farsa”.
Muy buena.
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