«¿Una película sobre la vida de un fotógrafo?».
La pregunta la hace a la cámara el mismo «protagonista» del documental La sal de la tierra, el admirado y controvertido fotógrafo brasileño Sebastião Salgado.
Sus imágenes en blanco y negro, de un realismo sin concesiones, le han dado fama, respeto e importantes reconocimientos -como el Premio Príncipe de Asturias de las Artes- pero en su momento también le costaron duras acusaciones. El crítico de «Le Monde», Jean-François Chevrier, tildó su trabajo de «voyeurismo sentimental» y de «aprovecharse del sufrimiento de los demás para hacer arte». A su vez, Ingrid Sischy, en»The New Yorker» afirmó que “proveer de un tratamiento estético a la tragedia es el modo más rápido para anestesiar los sentimientos (…) Salgado está demasiado ocupado con los aspectos de composición de sus imágenes -y con la búsqueda de la «gracia» y «belleza» en la forma retorcida de sus angustiados sujetos». Hasta Susan Sontag se sumó a estas críticas.
En su defensa, Salgado ha sostenido que «la más interesante función de este tipo de fotografía es exactamente esta: mostrar y provocar el debate y ver cómo podemos seguir adelante con nuestras vidas».
La historia del documental La sal de la tierra -premio especial del jurado Un Certain Regard en Cannes 2014- es tan singular y llena de viscicitudes como la vida misma del economista brasileño que un día decidió dejar su exitosa carrera para retratar a las personas, que «son la sal de la tierra», en sus palabras.
Su hijo Juliano Ribeiro Salgado (se agregó el Ribeiro para poder tener su propia carrera de fotógrafo) partió filmando la visita de Sebastião a la tribu de los Zo’e, en el noreste de Brasil, que hasta por lo menos los años ’70 no tuvieron ningún contacto con el resto del mundo. Salgado quería retratarlos para su más reciente proyecto, «Génesis» (2013). Hicieron varios viajes más, entre ellos a Papúa Nueva Guinea, en pos de la tribu Yali, y al Círculo Polar Ártico, tras los nenets.
Padre e hijo estaban en ello cuando se encontraron con que Wim Wenders quería hacer un documental sobre el fotógrafo conocido por sus imágenes de seres desplazados en medio de guerras, diásporas y hambrunas, un trabajo enmarcado en una temática social y casi antropológica, plasmados en libros como «Trabajadores», «Éxodos», «Otras Américas» («la América Latina profunda»).
Así fue como Ribeiro aportó la filmación de los viajes, mientras Wenders recogía los comentarios de Salgado, revisitando su áspero camino.
Fueron 1.200 horas de película, un año y medio de grabación y otro de montaje.
El resultado: 1 hora 50 que mezcla la obra y la intensa biografía de este hombre, sus orígenes, su exilio en Francia y cómo él y su mujer Lélia decidieron cambiar una vida cómoda y próspera para seguir su pasión. Una que lo ha tenido 40 años viajando por los continentes capturando con su cámara e involucrándose en movimientos sociales, como los de los «sin tierra» de su país o haciendo fotodocumentales para Médicos sin Fronteras en Etiopía en 1984.
La hambruna en la región Copta, en Bangladesh; la Guerra del Golfo, Kuwait y los 500 pozos de petróleo ardiendo; cadáveres recogidos con palas mecánicas en Ruanda; la brutal guerra de los Balcanes («¡es Europa a fines del siglo XX!», exclama), el Congo: todos esos lugares recorre nuevamente Salgado en el documental con sus impactantes fotografías de seres devastados, la mayoría mujeres y niños, mientras recuerda que se le caía la cámara de las manos llorando.
Pero seguía captando esas imágenes «para ver lo terrible que es nuestra especie (…). No merecemos vivir», afirma desolado.
«Es impresionante ver cómo el odio es contagioso», agrega en un dramático momento, para luego confesar atribulado: «Mi alma estaba enferma».
Su cura, como él mismo lo ha dicho, ha sido el proyecto «Génesis», «mi carta de amor a la Tierra», para mostrar la belleza de nuestro planeta.
A sus 71 años se debía a sí mismo este momento de paz. Aunque «la sal de la tierra» siga siendo desplazada y pisoteada por otras guerras y otros odios.
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