Director: Patricia Riggen.
Elenco: Antonio Banderas, Mario Casas, Juliette Binoche, Rodrigo Santoro, Lou Diamond Phillips, Kate del Castillo, Coté de Pablo, Marco Treviño, James Brolin, Bob Gunton, Gabriel Byrne.
Basada en el Libro “En la oscuridad, de Héctor Tobar
Lo primero que hay que decir de la muy publicitada «Los 33» es que emociona y entretiene.
Y que ese extraño casting -un mix inimaginable- funciona bastante bien, lo que no es poco en una película esencialmente coral.
¿Qué más se le puede pedir a una cinta hecha para el gran público?
En este caso específico, que conmueva y sostenga el interés con una historia que los chilenos (y buena parte del mundo) no sólo conocemos sino que presenciamos en vivo y en directo -como el reality soñado de Nakasone-, especialmente en sus momentos más álgidos: la de los 33 mineros que permanecieron atrapados durante 69 días varios metros bajo tierra en el imponente desierto de Atacama (bellísimas imágenes aéreas).
«Los 33» sale bien parada en su primera parte: presenta y desgrana la historia a buen ritmo y tranco firme, con tensión in crescendo, introduciendo los personajes, alternando el pueblo, la mina, el derrumbre, el encierro bajo tierra, el campamento que se arma arriba, las oficinas de la mina, La Moneda, la irrupción de Golborne (Rodrigo Santoro), Sougarret (Gabriel Byrne, un gran actor, con unas líneas un poco majaderas), el Presidente (Bob Gunton, que parece que vino a filmar otra película).
Este buen paso se tranca a medio camino, con una secuencia onírica, que parece insertada para completar el metraje. Y luego, con la interpretación de Jessi (Cote De Pablo) de «Gracias a la vida», un momento «for export», en una película hecha «for export».
Pero arranca de nuevo.
En el reparto, el desempeño actoral de Lou Diamond Philips descolla nítidamente. Una sorpresa, considerando que su momento cumbre como actor ocurrió por allá por 1987 en «La Bamba».
Cote De Pablo está convincente como la embarazada mujer de Alex Vega (Mario Casas), el más joven de los mineros (a ella sólo la habíamos visto en ese estereotipado rol de agente del Mossad en la serie «NCIS»).
Si Antonio Banderas le llegase a parecer sobreactuado (no alcanza: está a dos minutos de serlo) es porque encarna a nuestro querido «súper Mario», un hombre, ya lo hemos visto, extrovertido rayando en lo maníaco, al que le sobran energías, inventiva y una evidente capacidad de ser centro de mesa (lo que no necesariamente es un defecto).
Los clichés:
-Entre los varios clichés que pueblan la película, hay uno que se agradece (más lo debe agradecer Golborne): el del jovencito de la película. El Ministro de Minería de Rodrigo Santoro es todo lo que uno quiere ver en un héroe: guapo, luchador, «jugado», hasta «piola».
-El más clásico: el político (en este caso, el Presidente) básicamente inhumano que se involucra en el rescate sólo y únicamente por cálculo mezquino-electoral. Sus líneas uno las ha escuchado en casi todas las películas hollywoodenses donde aparece una alta autoridad.
-El malo sin matices (el dueño de la mina) que toda película que va por facilitarle las cosas al gran público requiere.
-La mujer latina aguerrida y «chora». Juliette Binoche hace lo que puede con un personaje, María Segovia, al que se le agregan como parche esos elementos que están en el manual de Hollywood, en el apartado «tensión dramática-filo romántica».
En la sección «folclore»:
-Las coloridas procesiones y almuerzos (con más sabor mexicano que chileno)
-«Gracias a la vida». Ya lo dijimos: un momento for export.
-Las peleas estilo mexicano (nuevamente) de las 2 mujeres de uno de los mineros.
Qué sobra:
-Los despachos de Don Francisco. Uno, habría sido suficiente.
-Farkas.
-Los actores chilenos (con la excepción de Cote De Pablo que, para estos efectos, es un casting internacional): no se esmere en buscarlos. Ni se ven. De repente por ahí uno distingue en un breve flash a Alejandro Goic. Si no había un rol más o menos destacado para alguno de ellos -es una película coral: pudo haber espacio para ellos- mejor no se los hubiese convocado.
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