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LUCKY: CAMINANDO POR EL TRAMO FINAL DE LA VIDA

Reparto: Harry Dean Stanton, Ed Begley Jr.,  Beth Grant,  James Darren, Barry Shabaka Henley,  Yvonne Huff. Dirección: John Carroll Lynch Estados Unidos, 2017. Duración: 88 min.

LUCKY: CAMINANDO POR EL TRAMO FINAL DE LA VIDA

Harry Dean Stanton tenía 90 años cuando protagonizó Lucky (2017, opera prima de John Carroll Lynch): falleció hace poco más de un año, a los 91.
Y aunque en los más de 200 largometrajes en los que participó hay muchos títulos renombrados, su Travis, de París, Texas (1984, Wim Wenders) -ese hombre enjuto y silencioso que atravesaba parajes desérticos y solitarios- lo volvió inolvidable.
Algo contribuyó a su cartel de actor de culto su participación en Twin Peaks, la serie de TV de David Lynch, que tuvo su tercera temporada el año pasado en Netflix. (VER COMENTARIOS)
Su Lucky -así lo llaman todos- recuerda, inevitablemente, a ese enigmático Travis. Y otro poco a Una historia sencilla (The straight story, David Lynch, 1999), otra memorable película (donde Stanton tiene una breve aparición).
Pero si en esta última un hombre ya mayor cruzaba el país en un tractor para reencontrarse con su hermano, aquí el tránsito de Lucky es por aquella carretera por la cual todos caminaremos un día: esa en la que damos nuestros últimos pasos por esta Tierra.
El hombre, nonagenario, vive solo en su rancho y sigue diariamente la misma rutina: el cigarro matutino (y a toda hora), cinco asanas de yoga en ropa interior, café, aseo personal, vestirse. La radio arroja rancheras. Al atravesar la puerta entra el sol fuerte y el cielo azul intenso del desierto de Arizona. Enfila con paso firme por un camino de tierra que serpentea entre cerrillos cubiertos de cactus y por donde de pronto cruza una gran tortuga. En realidad se trata de una galápago, cuya mención nos brindará los momentos más exquisitamente delirantes de la película.
Una vez en el pueblo, directo a la cafetería, la conversación entre amigos, el crucigrama del diario. La armónica del western, la música country es ahora la melodía. De allí al minimarket, donde intercambia palabras en castellano con la dueña mexicana. De regreso a su hogar, el concurso de TV, más puzzles, y en la noche, a beber su bloody Mary en el bar Elaine’s, donde departe con sus otros amigos, entre ellos, Howard (David Lynch).
Lucky puede ser el más viejo de allí, pero todos parecen detenidos en ese lugar y en ese tiempo. La charla aparentemente pedestre se sazona con la cultura de puzzle de Lucky -que suele consultar un gran diccionario-enciclopedia en su casa- y por instantes deriva en reflexiones nada banales que, en el contexto pueden resultar en escenas con cierto humor surrealista, cuando no francamente jocosas.
Son conversaciones de “gente grande” en la que se deslizan, sin aspavientos, frases como “nada es permanente” o “todo va a desaparecer”.
Un desmayo lleva a Lucky al consultorio. Tras examinarlo, el médico le dice que goza de espléndida salud, que siga fumando (¡!) y “que estoy viejo”, como les cuenta lacónico, encogiéndose de hombros, a sus amigos cuando lo inquieren.
Pero ya se ha instalado en él la presencia infinita de la nada, como las solitarias calles del pueblo y esa tierra inmensa, ancha y silenciosa que se nos abre en los grandes planos generales. Y la única vez que pierde los estribos es frente a un abogado y su cháchara en torno a “la burocracia de la muerte”. Justo cuando él está descubriendo… el miedo a la muerte.
Una canción de Johnny Cash (“I see a darkness”), desgarradora como suelen ser, surge tras un sueño. La música tiene mucho que decir en esta historia: entrañable escuchar al anciano cantar -en perfecto castellano- “Volver, volver”, acompañado por mariachi, en una fiesta infantil.
La hora y media de película se mantiene en ese tono mínimo y conmovedor, en cuyo núcleo están esas simples, a veces divertidas, pero inmensamente profundas conversaciones entre Lucky y Howard, o entre Lucky y un viejo soldado con quien ha compartido la experiencia de la Segunda Guerra Mundial.
Él no tiene a nadie en este mundo y tampoco cree que haya otro más allá, pero, erguido y seguro como es, sostiene: “No es lo mismo soledad que estar solo”. Y sigue fumando, bebiendo su café, haciendo sus puzzles.
Una exquisitez para cinéfilos y humanistas de alma.

(En Cine Arte Alameda, Red Salas de Cine. En tienda Fílmico, Paseo Las Palmas).

Categorias: Drama

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