¡Cómo puede haber tanta emoción, humor, belleza, encanto y hasta sutil suspenso en una película que trata de una semana en la vida de un conductor de bus de una ciudad que es casi un pueblo!
La película se llama Paterson, como su protagonista —así le pusieron sus padres— y así se llama también el suburbio de New Jersey en que él vive, en una sencilla casita, junto a su singular y querible esposa Laura y un bulldog inglés, Marvin.
No cualquiera puede conseguir que una historia —que es todo lo opuesto a Game of Thrones o Escuadrón Suicida, por ejemplo— resulte tan seductora, sorprendente e inolvidable.
Para eso se necesita un cineasta con la maestría de Jim Jarmusch que además eligió para su protagonista —un tipo tranquilo, que lee y escribe poesía en un cuaderno— a Adam Driver, un actor versátil que ha estado en películas tan disímiles como la intensamente dramática Silencio (Scorsese) VER COMENTARIO, La Guerra de las Galaxias: el despertar de la fuerza (como Kylo Ren) VER COMENTARIO, Inside Llewyn Davis (Hermanos Coen) VER COMENTARIO o Mientras somos jóvenes (Noah Baumbach) VER COMENTARIO, donde compartió el set con Naomi Watts y Ben Stiller.
Con su figura alta y delgada, sus marcados rasgos faciales, Driver circula como Paterson por un caminito rodeado de naturaleza, pasa por unas fábricas abandonadas y ya está en el terminal de buses. Allí empezará su jornada —con su recorrido de siempre—, la que concluirá desandando el mismo camino para abrazar a su esposa, que habrá inventado un plato nuevo para la cena y pintado de blanco y negro algún objeto de la casa. Luego, Paterson sacará a pasear a Marvin, al que dejará afuera del bar para tomar una cerveza tranquilamente conversando con los amigos.
Cada secuencia —marcada con cada día de la semana— comienza casi igual: una cámara cenital enfoca a Paterson y Laura abrazados en la cama; luego él toma su reloj que marcará siempre la misma hora, se levantará, tomará desayuno y emprenderá su camino.
En este apacible ir y venir, prácticamente sin sobresalto alguno, el espectador aprende de inmediato a mirar y escuchar lo que la habitual saturación de imágenes y el ruido no permiten: las personas que nos rodean y el alma de un hombre feliz, un hombre en paz consigo mismo, al que no lo carcome ninguna ambición.
Paterson nos devuelve a la esencia de lo humano y nos hace sorprendernos con aquello que no vemos ni escuchamos porque estamos distraídos con las demandas de nuestra existencia. Para ser feliz, él necesita a su lado a la mujer que ama y que lo ama a él, un techo que los acoja y un trabajo decente que le dé para comer; amigos con los que conversar en el bar de siempre; una comunidad diversa a la que escucha en sus asientos mientras maneja el bus o cuando pasea; los saltos de agua que se sienta a mirar en el banco que hay en el pequeño parque, mientras come el sandwich que su mujer le ha puesto en su lonchera. Allí, o instalado en su asiento de piloto, mientras espera la hora de iniciar el recorrido, toma el lápiz para escribir en su cuaderno.
La poesía es la otra protagonista de la historia. Pero no es necesario ni ser un erudito o siquiera un aficionado a esta forma literaria (si lo es, ¡tanto mejor!) para quedar completamente seducido por esta película. Jarmusch nos la acerca de la manera más simple.
Paterson tiene en su pequeña biblioteca a William Carlos Williams, un reconocido poeta de lo cotidiano, que escribía sus breves poemas sin rima en sus recetarios de pediatra. Y Laura sabe que la musa de Petarca se llamaba como ella. Pero lo que la enorgullece son los poemas de su marido. Y los brownies pintados en blanco y negro que ella cocina para la feria del sábado.
Nellie, que interpreta a Marvin, hasta ganó premio especial en Cannes. Hay que decirlo: no es pura chochera de “animalistas”.
Marvin es el tercer personaje que Jarmusch instala ahí, no para hacer monerías (que también las hace) sino porque tiene un rol preponderante en la narrativa. La mayoría de las pinceladas de humor de la película las aporta Marvin y su relación con sus amos. Y también es clave en el desencadenamiento del clímax dramático de la historia, uno que deriva en una secuencia epifánica, bellísima, ahí en ese mismo banco frente a la cascada.
No es lo único: la película está plagada de detalles significativos, de sorpresas, que conmueven de manera imperceptible pero tremendamente certera.
Esta es la historia de un poeta disfrazado de chofer de bus, un bulldog inglés y un cuaderno de poesía.
¡Por favor, no la deje pasar!
(En Cine Arte Alameda, Red de Salas de Cine de Chile, Cinemark Alto Las Condes, Cine Planet La Dehesa).
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