“PIRATAS DEL CARIBE: EL COFRE DE LA MUERTE” tiene toda la diversión y la misma acción trepidante de la película que dio origen a esta segunda parte (incluso duran lo mismo): uno de sus plus, en esta ocasión, es ver a la bellísima Keira Knightly salir del latero rol de la suspirante enamorada para coger espada y aspecto de bucanero e integrarse a esa desatada y delirante banda de personajes de este filme de aventuras en la que se mezclan espíritus, fantasmas conocidos (“el holandés errante”, en una versión definitivamente menos refinada que el de la ópera de Wagner), prohombres codiciosos, hechiceras de ríos profundos y piratas que no conocen el agua limpia ni menos el jabón.
Es exactamente la parte 2 de una trilogía: empieza y termina en escenas vinculadas con su antecesora y su sucesora, respectivamente. Lo que importa poco al momento de verla y querer pasarlo bien, con una historia que igualmente se sustenta, narrativamente, por sí misma.
Por momentos la historia se vuelve más enredada que engendro de pulpo con gusanos gigantes.
Rápida, divertida hasta la carcajada en buena parte de su metraje, se permite alguna que otra imagen violenta-casi-gore, mucho detalle “guácatela” de frentón (aparte que aquí nadie va al dentista) y también ciertos instantes, pocos, en los que dan ganas de chicotear los caracoles. Pero como todo aquí es excesivo y/o definitivamente fantástico, sería un despropósito juzgarla con solemnidad.
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