Esta tragedia estremecedora, potente y dolorosa, pero sobria -desprovista de escenas epatantes, de obviedades y de glamour- nos retrotrae a una realidad tan dura como cercana: la pedofilia. Pero ello es sólo el punto de partida, algo que se da a conocer (no que se muestra) únicamente en la primera secuencia. Lo que sigue es lo verdaderamente importante: el daño profundo, indeleble y dolorosamente irreversible que deja este miserable acto en una comunidad entera.
Este filme es de esos escasos títulos en que uno no titubea un segundo en calificar de Muy Bueno. Es más: en este caso, cualquiera que se considere amante del buen cine o quien se diga humanista simplemente, no puede cometer el pecado de no verla. Es dura, es trágica, no hay ni una mínima brizna de concesión a la galería; el que entendió, entendió. Y para ese “entender”, se requiere mucho más que la pura cabeza.
Clint Eastwood demuestra su versatilidad al incursionar como director, productor y compositor de la música del filme.
La cinta, basada en la novela de Dennis Lehane, fue filmada en 39 días.
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