No es tan sencillo armar una buena trama en torno al backstage de una campaña política con sus secretos y mezquindades. Pero saber dónde poner la atención y cuál es la línea a seguir es lo complejo, dramáticamente hablando… Lo que George Clooney acomete, intenta y logra.
“SECRETOS DE ESTADO” es, en este sentido, rotundamente efectiva.
No es la mejor traducción para la película de George Clooney (director, coguionista, actor), pero es probable que «Los Idus de marzo» (su título original, basado en la obra de Beau Willimon, coguionista, «Farragut North») le diga muy poco a la inmensa mayoría de la gente («Cuídate César de los idus de marzo», Shakespeare).
A «Secretos de Estado» se le nota su origen teatral, no por defecto, sino por virtud: hay riqueza y solidez en los parlamentos y son éstos los que sustentan los hechos. Sobre las palabras se organiza la intriga y los actores -gran elenco, aportando cada cual un inmenso talento- construyen personajes complejos, seres en proceso de evolución, contradictorios, con dudas y reacciones de supervivencia… En suma, vitales, humanos.
Para el espectador desprevenido hay que advertir que la película no está para nimiedades como andar explayándose o haciendo comprensible la trama (aquí el que captó, captó…).
No es una historia sobre los vicios de aquél mundillo de congresales, asesores y ad lateres, aunque ciertamente escudriña en la trastienda del poder y muchos la han entendido como una feroz crítica a la clase política. Es, al final de cuentas, una interesante y aguda exploración en las profundidades del ser humano como el animal político que definía Aristóteles, enfrentado a la desesperación de sobrevivir en ese entorno que ha construido y que ciertamente está cada vez más lejos del motivo que los congregó: el bienestar del pueblo.
Esto es más oscuro, definitivamente. Y escalofriantemente más real…
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