La situación —familia normal que se sumerge en los sótanos más siniestros del crimen— nos trae a la memoria a Breaking Bad ; uno de los episodios finales, a esas largas conversaciones de la primera temporada de Fargo; ciertos diálogos cinéfilos de un par de sicarios, a Tiempos Violentos; los adultos que arrastran traumas de niños, a muchas series.
Pero Spotless no es como ninguna de ellas.
Las primeras imágenes nos sitúan en una cabaña cercana a un río. Un niño regresa de la escuela; creyendo que no hay nadie, saca un cigarro y lo prende. De pronto escucha unos gemidos. Se acerca al dormitorio de su madre y la divisa por la puerta entreabierta en frenético acto sexual con un hombre. Al verlo, el sujeto parte tras el chico, que corre por el campo escapando de la paliza que se avecina.
Esta primera secuencia marca toda la temporada de Spotless , una serie franco-británica coproducida por Canal +, que transcurre en Londres.
A lo largo de los 10 episodios, la escena volverá una y otra vez en flashbacks y raccontos, hasta develar su secreto solamente en la última escena.
Pero eso es un hecho del pasado… de esos que marcan el presente.
Y en el presente, en la capital inglesa, Jean Bastiere (Marc-André Grondin) mantiene un próspero negocio: ofrece servicios de limpieza de escenas del crimen a la policía.
Está casado con una bella londinense, Julie (Miranda Raison) —que parece la mismísima Albión—, con quien tiene una hija preadolescente y un niño. Viven en una espaciosa y bella casa en un buen barrio. Jean, además, tiene una atractiva amante, Claire.
Todo funciona, aparentemente, en perfecta armonía y equilibrio. Hasta que aparece por el hogar Martin (Denis Ménochet), el hermano de Jean.
Si Jean es un tipo reservado, ordenado, adusto, Martin es un hombre desparpajado, chapucero, cuyo aspecto sucio y actitudes libidinosas resultan amenazantes para el grupo familiar.
Viene de Francia, huyendo de unos delincuentes. Y trae consigo algo impensado.
En una espiral que no se detiene, Martin -un metepatas profesional- sumerge a Jean en el mundo delictual en un viaje sin retorno, hasta caer en manos del poderoso gangster Nelson Clay (Brendan Coyle, Bates, de Downton Abbey) y su sádico hermano Victor.
Nelson Clay -un tipo que ama cultivar su huerta y escuchar buena música- descubre que los servicios que presta Jean le son de gran utilidad y, ciertamente, él no podrá rehusarse a atenderlo.
Sórdida, oscura, recargada, la serie se prodiga en un nada despreciable catálogo de perversiones a lo largo de los episodios (necrofilia, entre otros).
Toda clase de criminales de mala muerte, cadáveres, sangre y vísceras, asesinatos, corrupción a gran escala, sexo y muerte, Eros y Tánathos, cruzan toda la historia.
El humor escasea (por ahí algunos guiños cinéfilos).
Hasta los niños llegan a bordear el lado salvaje.
Esencialmente caótica, Spotless es un trago fuerte y amargo, que mantiene el interés del espectador precisamente por eso: no saber qué otra cosa peor puede ocurrir.
Lo mejor de la serie son los personajes principales: Jean, Martin y Nelson Clay, tres seres tan diferentes pero igualmente impredecibles, trenzados en un “trabajo” conjunto.
Los tres tienen asuntos que ocultar pero son Jean y Martin los que cargan con dolorosos secretos y un pasado por resolver.
El último capítulo deja suficientes puertas abiertas como para entender que se ha de esperar una segunda temporada. Ojalá esa venga con algo de matices.
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