Un pueblo perdido en Indiana.
Es noviembre de 1983.
No hay celulares. Solo fijos (¡y cabinas telefónicas!). Las familias se reúnen a cenar todos juntos y los niños tienen su cuartel de juego en el sótano. Sin pantallas, sin internet.
Ahí, en la casa de Mike, un chico de unos 12 años, está el cuarteto inseparable de la escuela. Llevan horas jugando Calabozos y Dragones.
La luz tiene intermitencias, la tele de repente se desconecta y el papá de Mike le da palmaditas al aparato.
Pero Stranger Things ha comenzado su primer episodio antes de ello: con una secuencia atemorizante e incomprensible. Un hombre de bata blanca huye por unos pasillos de concreto con luces de neón parpadeando. Consigue subir a un inmenso ascensor. Algo ocurre.
Es de allí que nos trasladamos a la casa de la familia de Mike.
En ese ambiente tibiecito y hogareño están los niños jugando, mientras la adolescente de la casa coquetea por teléfono.
Ya es tarde así es que los invitados se despiden y toman sus bicicletas.
Sus casas, como las de todos, están repartidas entre el bosque que circunda el lugar.
Está oscuro.
De pronto, Will topa con algo y cae de su bici.
Con la desaparición de este chico, que nos tendrá de cabeza y los pelos de punta los 8 episodios, comienza a sacudirse la vida remolona del pueblo.
La madre de Will (Winona Ryder, ¡dramáticamente conmovedora en su rol!), una mujer joven, de cierta fragilidad emocional, abandonada por su marido, que se apoya en su hijo adolescente Jonathan, casi muere de angustia cuando no encuentra al niño por ninguna parte.
Pero su precariedad y su dolor no son tan fuertes como su porfiada determinación por encontrarlo.
Ella escucha sus intuiciones y se muestra tan decidida -incluso cuando dice que Will le habla a través de las luces- que nadie se atreve a llamarla loca.
El sheriff del lugar, un tipo rudo y aparentemente displicente, es en realidad sagaz y agudo. Tanto como para escuchar a esta madre casi enloquecida y poner atención a las extrañas señales que afloran.
Sabemos que estamos ante un hecho paranormal, que en las afueras del pueblo hay una verdadera fortaleza, donde se hacen extraños experimentos.
En sus incursiones por el bosque, los tres amigos encuentran a una chica de pelo totalmente rapado. Casi no habla. Deciden esconderla en casa de Mike, en el mismo sótano de los juegos.
Cuando le preguntan su nombre, muestra un brazo tatuado con el número 11, Eleven. El, decide llamarla Mike, en un gesto coloquial.
-Saber situar la intriga y el suspenso, lo fantástico y lo paranormal, en medio de una comunidad de personas corrientes y sencillas, afectuosas, profundamente humanas.
-Mientras mantiene en suspenso al espectador a medida que se van develando las capas de misterio que rodean el caso, nos estremece con el dolor de otras pérdidas; con familia rotas, como la del propio Will; o la linda relación protectora de Jonathan con su hermano menor (conmovedora escena de racconto cuando lo hace escuchar el hit del momento, “Should I stay or should I go” (The Clash), para evitar que oiga cómo se gritan sus padres, antes de su separación).
-Imposible no pensar en E.T. a cada momento. Solo que hay menos ternura y más horror. Más Stephen King. (El mismo ha elogiado la serie a través de su cuenta de twitter). Las verdades por descubrir son escalofriantes y crueles.
-Los protagonistas absolutos son los niños. Y son muy buenos protagonistas. Los adultos ayudan, buscan, investigan, pero quienes llevan el hilo son ellos (incluida Eleven). Gracias a esa mirada sencilla, carente de dobleces, ante el enemigo desconocido y nebuloso simplemente hablan de “los malos”. Y suena bien.
-Instalar la historia en los 80 no es solo un truco para apelar a la siempre rendidora nostalgia de esa época: es en esos años, como muy bien lo desarrolla The Americans , en que la Guerra Fría dio pábulo a paranoias y acciones gubernamentales impensables hoy en día (en occidente al menos).
Esta es una historia que, coherentemente, ha de ocurrir en los ´80.
-La amistad, la solidaridad, la familia como refugio o los chicos bacanes del colegio haciendo trastadas, el bullying; las fracturas emocionales de algunos personajes, dan cuenta de una dimensión humana que traspasa toda la historia y es lo que se adhiere, finalmente, al alma… mientras uno está en ascuas con este cuento de misterio.
-No defrauda al espectador fiel: el asunto se resuelve. Las piezas se encuentran, encajan. Y es verosímil (en el contexto de lo fantástico).
Al final del último capítulo se dejan caer algunas escenas que permiten augurar una segunda temporada.
Aunque recién se estrenó el 15 de julio, ha sido tal el éxito que, en entrevistas con la prensa, los mismos realizadores admitieron que esa posibilidad existe.
Los Duffer escribieron algunos capítulos de la espeluznante Wayward Pynes
Esto continuará…
8 episodios de 1 hora de duración.
Original de Netflix.
Realizada por los Hermanos Matt y Ross Duffer
ALTAMENTE ADICITIVA.
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