Inspirada en la muy reconocida novela de Irène Némirovsky, Suite Francesa nos sitúa en el pueblo francés de Bussy, cuando, en 1940, nadie adivinaba realmente la pesadilla que vendría. Menos allí, donde saben que París está siendo atacado, pero piensan -o quieren creer- que la guerra está muy lejos y cada quien sigue con sus mezquindades, resentimientos y chismorreos de pueblo chico.
Pero más pronto que tarde la guerra llega: primero con una triste romería de familias completas huyendo exhaustas de París; enseguida, con vuelos rasantes de aviones, y posteriormente con el arribo de un regimiento alemán a Bussy.
La rica y altanera Madame Angellier (Kristin Scott Thomas), una avara de mucho cuidado, se dedica a recoger el dinero de sus rentas, sin que la desoladora situación de algunos de sus arrendatarios la mueva un poco siquiera. La acompaña su nuera, Lucile (Michelle Williams), una joven sometida por las circunstancias, que, cuando puede y como puede, intenta atenuar las acciones de la aplanadora que es Madame.
La instalación de los soldados de la Wehrmacht -con la tácita (o casi directa) colaboración de las autoridades locales- implica que los oficiales se ubiquen, según su grado, en las casas de las familias.
A la cómoda casona en la campiña de Mme Angellier llega como “huésped” el teniente Bruno Von Falk (Matthias Schoenaerts). La mujer, pragmática y astuta, si bien no disimula su disgusto -su rostro agrio es habitual- decide que no hay mucho que hacer al respecto.
Von Falk resulta ser un tipo culto, de buenos modales, amable. Con asombro, Lucile descubre que el indeseado inquilino toca piano -como ella- y que antes de convertirse en un soldado fue un compositor.
Némirovsky logra -allí donde se suelen elaborar historias maniqueas- construir personajes y situaciones llenos de matices, contradicciones y ambigüedades. Y Saul Dibb honra esta potente y valiosa obra literaria con una puesta en escena y un diseño de la producción cuidadoso y detallista.
La convivencia entrelaza distintas personalidades y caracteres, en uno y otro bando.
La condición humana se evidencia en toda su diversidad. Hay mezquindad y generosidad en ambos frentes. Y todo ello es posible de observar gracias al despliegue de un amplio y variado elenco de ricos personajes secundarios.
El inevitablemente bucólico escenario se filma con delicadeza, mientras la tensión sube y va trizando las bellas imágenes. Una tensión que si bien es provocada por los invasores, se alimenta de la que ya existe en el pueblo y en la misma casa de Madame Angellier y que se desemboca en el romance prohibido y sin destino de Lucile y Von Falk.
“Suite francesa” es un drama de tratamiento clásico y lineal, una película más bien íntima, humana, cuyo mayor mérito reside en conseguir evidenciar aquello que Némirovsky afirma en su novela: “Si quieres conocer a la gente, empieza una guerra”.
(Lamentablemente hablada en inglés, en lugar de francés).
IDEAL PARA: constatar que ni la vida ni las personas somos en blanco y negro.
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