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TAXI TEHERÁN: LA CÁMARA CLANDESTINA QUE REVELA A IRÁN

Taxi Director: Jafar Panahi Documental Irán, 2015. Duración: 82 min.

TAXI TEHERÁN: LA CÁMARA CLANDESTINA QUE REVELA A IRÁN

Encantadora, elocuente y breve; dramática y divertida; sencilla y cargada de información relevante, Taxi Teherán es una película tan luminosa y entrañable que no se puede creer las circunstancias adversas bajo las que fue hecha.
Dura apenas 1 hora 20 y es, nada más, que un recorrido en taxi colectivo por las calles de la capital iraní, la que se despliega ante nuestros ojos en todo su contraste de modernidad y creencias ancestrales, adentro y afuera de la cabina del auto.
La particularidad es que el chofer es Jafar Panahi, el cineasta que a sus 55 años ha recibido más de 38 galardones de primer nivel (puros festivales clase A), colección a la que el año pasado sumó el Oso de Oro de Berlín, precisamente por esta película.
Panahi, en realidad, tiene prohibido filmar -una condena por 20 años-, dar entrevistas y, desde 2009, salir del país. Estuvo en prisión en 2010 durante 88 días por “actuar contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el Estado”.
La presión internacional logró sacarlo de la cárcel esa vez, pero no pudo ir a recoger el premio. Lo hizo su sobrina, parte del “elenco” de Taxi Teherán, una niña inquieta, locuaz, lúcida e inteligente. (Solo por escucharla de nuevo he vuelto a ver la película).
Panahi viene sorprendiendo al mundo con su talento singular desde 1995 cuando ganó la Cámara de Oro a la mejor opera prima en Cannes con El globo blanco. Su película más conocida, El círculo(2000), le valió no solo el León de Oro de Venecia sino que la atención de las autoridades de su país: en ella critica el trato vejatorio hacia las mujeres en Irán.
Pero lo que más asombra de Panahi es su perseverancia y su increíble capacidad para mantener una mirada límpida, un objetivo claro, que no lastra con rencores, resentimientos ni lamentos: “el cine como arte es mi principal preocupación”, mandó decir a Berlín.
Y es verdad. En 2011 -cuando ya pesaba sobre él la prohibición de filmar- rodó en su casa “Esta no es una película”, una protesta activa y de exquisitos resultados (pese a su contexto, o quizás por ello, llega a ser hilarante) en la que plasma su frustración porque “no sé hacer otra cosa más que hacer películas”.
Con Taxi Teherán va más allá: la cámara (giratoria) instalada delante del parabrisas filma a sus distintos pasajeros, a quienes entrevista y deja hablar, en una suerte de docudrama en el que él también es protagonista. Y así lo vemos, con su bonhomía y calidez, escuchando al divertido proveedor de películas “piratas” (así se ven sus propios filmes en Irán); a un par de señoras que, pecera en mano, deben ir a hacer un extrañísimo ritual; a su sobrina; a la alegre mujer de las rosas rojas. A ella la conoce: es una abogada que le llevaba flores cuando estaba preso.
Solo un momento, un instante como una brisa, revela los dolores por los que ha pasado, de manera tan delicada y precisa que cualquier otro movimiento, otra línea, habrían sobrado.
Los recursos de Panahi son su agudeza y su ingenio: no cuenta con nada más.
Y con ellos -y sus variopintos pasajeros- traza el más sencillo y más complejo retrato del Irán de hoy, uno en que también cabe lo esencial de su biografía (inseparable una de la otra).
El horrible ataque del Estado Islámico (ISIS) a Bruselas el martes reavivó en redes sociales la discusión sobre la violencia en nombre de (algún) Dios, o del ateísmo (Albania, China, buena parte de la URSS) y hasta de los “ideales republicanos” (Revolución Francesa).
Y la religión musulmana volvió a la polémica.
En esta misma columna escribimos sobre Mi nombre es Malala, el documental acerca de la niña paquistaní agredida en su propia tierra por los yihadistas, en el que ella y su familia musulmana piden no confundir una cosa con la otra, porque ellos también son víctimas de los fanáticos. Una historia similar a la que relata la dramática Timbuktú (nominada al Oscar 2015 a mejor filme extranjero).
En la moderna Teherán, Panahi no es perseguido por ninguna manada de fanáticos armados, pero sufre lo mismo que en cualquier lugar en el que Un Gran Hermano se apropia del poder sin contrapeso alguno y decide si puedes ir y venir, qué estás autorizado a pensar, opinar, decir, filmar, escribir. Todo a riesgo de tu vida y la de tus seres queridos, porque la violencia es lo suyo. Y para eso, ni se necesita del Islam.

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