Los caballos salvajes que dan nombre a esta película, The Mustang (Francia/EE.UU., 2019), se muestran en todo su esplendor en las llanuras donde pastan, corren, descansan.
La cámara se detiene en primeros planos para luego abrirse al extasiante espectáculo de la naturaleza silenciosa y en paz, que es interrumpido por ruidos de helicópteros que se van acercando.
Los también llamados cimarrones -declarada especie protegida en EE.UU.- son arriados desde el aire para luego ser transportados en camiones a corrales ubicados junto a una prisión en un sector rural de Nevada.
Todo ello forma parte de un programa de rehabilitación social al que pueden optar los reclusos.
Myles, un viejo tosco y experimentado (brillante Bruce Dern), dirige a un grupo de “domadores” que deberá dejar aptos a los animales para que sean adquiridos en una subasta.
Roman Colman (estremecedora actuación de Matthias Schoenaerts), habitante del pabellón D, es un convicto violento. Un hombre duro y desesperanzado que mira silencioso y con ira contenida a la sicóloga que lo entrevista. Una rabia que nace de la profunda frustración que lo inunda. “No soy una buena persona”, es la única respuesta a sus preguntas. Condenado a 12 años, Coleman no espera nada de la vida.
Es poco lo que sabemos de él y su crimen: una hija llega a visitarlo. Solo se miran -ni se saludan- y lo que sea que sienten, evitan expresarlo. En ella, se ve algo de hastío. Él se limita a preguntarle: “¿Por qué estás aquí?”.
Sin pedirlo ni poner objeciones, Coleman es incluido en el Programa. Claro que su tarea es barrer el estiércol.
Un día le llama la atención los golpeteos en un galpón: se aproxima y por una rendija se miran de hito en hito con un caballo. “¡No te acerques! ¡Es un animal peligroso!”, le gruñe Myles. Pero a la vez se da cuenta que este es el hombre que podría hacerse cargo de ese cimarrón rebelde y al día siguiente, bajo la supervisión del entusiasta Henry (Jason Mitchell), Coleman se inicia como domador.
Difícil tarea: ciertamente hombre y animal se parecen, resienten la rabia y la desesperación por el encierro, pero si Coleman pretende controlar al caballo, primero tiene que controlarse él, tener paciencia, como le indica Henry. Y precisamente es su pobre control de impulsos lo que tiene a Coleman en ese lugar, con la vida destruida.
En su opera prima, la francesa Laure De Clermont-Tonnerre luce una sorprendente habilidad en el manejo de cámaras en ese siempre asfixiante y tenso ir y venir interior-exterior, en las complejas tomas jinete-caballo y sobre todo en cómo el relato logra recorrer con sobriedad y un realismo sin concesiones la dolorosa evolución de su protagonista.
Si ese cimarrón nació para ser libre, el hombre también, aunque la vida haya dicho otra cosa. Los caballos están allí para ayudar a los reos a rehabilitarse, pero también es una manera de salvarlos de la cacería de la que son objeto, a pesar de la ley.
The Mustang es una película que se instala en el subgénero carcelario para desplegar un drama sicológico profundamente humano. La liberación de Coleman tiene que ver primero con recuperar su dignidad, el respeto por sí mismo, con mirar su pecado, su culpa, perdonarse a sí mismo, pasar por la expiación, reconciliarse. Solo así podrá imaginar que, aun cuando las cosas sean duras e injustas, la vida sí puede tener un sentido.
En medio de este entorno violento, Laure De Clermont-Tonnerre construye y captura escenas de una emotividad exquisita, inolvidables. Mientras, va elaborando un acabado estudio de carácter de este hombre y su reflejo, su caballo.
(En tienda Fílmico, Paseo Las Palmas).
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