Premiada como la mejor película de la Semana de la Crítica de Cannes, esta devastadora cinta ucraniana es un duro y violento relato que transcurre en un colegio de sordomudos, situado en un barrio sórdido, de ambiente inhóspito en una ciudad fría y desangelada.
Es decir, en las dos horas de película no se escucha ni un solo diálogo, únicamente ruido ambiental (tampoco hay música), porque los personajes se comunican mediante lenguaje de señas.
Sergey llega a este internado que bien podría ser una cárcel juvenil: allí predomina la ley del más fuerte y el recién llegado siempre será el que peor lo pasa. Sergey no es la excepción: sufre toda clase de humillaciones y pequeños vejámenes.
Los adultos son tan marginales en esta historia -aparecen algunos profesores haciendo clases- que chicos y chicas parecen abandonados a su propia crueldad y a sus costumbres delictivas sin límite.
La discapacidad no es el tema: todos la tienen. Las carencias de estos chicos pasan por otros problemas: su condición no es más que la forma más brutal de dejar ello en evidencia.
La crudeza del relato hace que por momentos se agradezca la ausencia de sonido. No se trata de escenas puestas allí para epatar: el relato se basta a sí mismo para ello.
Ni siquiera la historia de amor que surge entre Sergey y una chica aporta alguna gota de calidez o emoción: es que ni siquiera hay amor en estos encuentros, los que solo agregan sordidez a una narración en que la violencia va in crescendo.
La cámara de Slaboshpitsky, distante, más bien de planos generales y lejanos, acentúan esta frialdad y desafecto que atraviesan toda la historia.
De paso, nos demuestra que el cine es ante todo un lenguaje de imágenes y por lo mismo, un buen guión es primero que nada una buena construcción de un relato, previo a la buena literatura de diálogos bien escritos.
La mayor falla de Slaboshpitsky es su nulo manejo de las elipsis. Hay varias escenas que no aportan nada a la historia, en ningún sentido, y que sólo perjudican el «tempo» de una historia que tiene tal potencia que no merece que le sobren minutos.
Un trago fuerte y amargo.
IDEAL PARA: el Servicio Nacional de Menores.
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