No es un detalle que tanto el director como las protagonistas de Thoroughbreds (Pura Sangre) sean generación sub-30.
La película con que Cory Finley (EE.UU.) debutó como director y guionista sigue una cierta tendencia que se ha acentuado en las producciones audiovisuales: mirar la adolescencia como un estado ya no difícil, sino infeliz, acercándola a la etimología de esa palabra.
Thoroughbreds mezcla el thriller, el drama y la comedia negra (muy negra) de la mano de dos chicas que no solo no padecen privaciones, sino que son parte de un mundo privilegiado.
Lily (Anya Taylor-Joy, The Witch) y Amanda (Olivia Cooke, Yo, él y Raquel (VER COMENTARIO), Ready Player one pertenecen a la clase alta de los suburbios de Connecticut y viven en enormes y elegantes mansiones.
De criaturas celestiales, el aspecto solamente, sobre todo el de Lily, que al comienzo del filme nos parece tan inocente e ingenua como -nos lo demostrará- jamás lo ha sido.
En cambio Amanda, que ya carga en su historia un episodio truculento, es cínicamente desparpajada e indolente.
De pequeñas fueron amigas, pero tras el incidente protagonizado por Amanda, y que la convirtió en una paria social, se habían distanciado. Ahora ha regresado a la casa de Lily para, supuestamente, ayudarla con unas materias escolares. Lily, a su vez, ha perdido a su padre y ha ganado un padrastro insoportable. Frío, narciso y dominante, Mark (Paul Sparks) impone sus reglas con dureza aunque sin necesidad de agitarse. Intimida con su presencia y sus órdenes lacónicas.
Con sus trajecitos elegantes y sus refinamientos, Lily no resulta muy diferente a esa Amanda de melena salvaje y ropa suelta: nunca sonríen y siempre miran fijamente a los ojos. Su ausencia de empatía llega a lo patológico.
En sus ambientes sofisticados no hay gritos -de pronto, si acaso, alguna exasperación de Mark- y en las fiestas, el que parece amenazante es un chico “mayor”, que vende drogas al menudeo. Tim (Anton Yelchin, fallecido a los 27 años, 14 días después de concluida la filmación) es uno de los contrastes engañosos que construye tan bien Cory Finley: es, al final de cuentas, el más humano, el más frágil e ingenuo de todos quienes circulan por la película. Las madres de las chicas son poco más que unas sombras, entre doblegadas y/o negadoras.
En este universo equívoco que recorre los 90 minutos de Thoroughbreds, todo va girando levemente para hacernos caer en la cuenta cuánto engañan las apariencias.
De diálogos rápidos, punzantes y breves, lo perverso y la amoralidad que inundan la atmósfera se deslizan con delicadeza, pero a cada escena con mayor nitidez.
Solo en ciertos momentos, como evadiendo lo “fuera de tono”, la cámara permanece fija, allí donde no están ocurriendo los hechos pero desde donde sí se escuchan; o bien recurre a la elipsis.
Thoroughbreds (Pura Sangre), que fue estrenada en Sundance, originalmente fue pensada por su autor como una pieza de teatro. En su conversión al cine Finley aprovechó primeros planos que resultan eficaces para ir conociendo a las enigmáticas protagonistas; los bellos e intrincados interiores; los exteriores majestuosos y ciertos encuadres significativos.
Menos oscura y más realista que la serie británica The End of the F***ing world VER COMENTARIO (Netflix), también sobre adolescentes, esta película es en cambio inquietantemente retorcida y obtiene de sus jóvenes actores lo mejor de sí.
Bella, desconcertante, distinta.
(En tienda Fílmico, Paseo Las Palmas).
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