Por donde ha pasado ha dejado perplejos a críticos y jurados. Toni Erdmann, la película alemana con altas probabilidades de quedarse con el Oscar al mejor filme de habla no inglesa, es una comedia triste y jocosa a la vez, algo esperpéntica, realista y por momentos surrealista, que rompe cualquier molde donde uno quiera ponerla.
La propia directora Maren Ade ha reconocido que Toni, su personaje, tiene ese mismo irritante humor de Andy Kauffman.
Los 162 minutos que se toma para contar la historia de un padre intentando hacerse un espacio en la ajetreada vida de su hija son parte de su arrojo: hay secuencias en que la cámara se queda “mirando”, entre las plantas del jardín, cómo el hombre se sienta, entra y sale de la puerta de su casa, aparece el perro, tan desaliñado como él, vuelve a entrar.
Toni, en realidad, es el absurdo alter ego que se ha inventado Winfried, un profesor de música sin mucho trabajo, con su curioso sentido del humor. Hace esperar a un mensajero para reaparecer como Toni, para lo cual se ha plantado una peluca en estado lamentable y unos dientes postizos.
Así mismo decide aparecerse por las impolutas y asépticas oficinas, en Bucarest, Rumania, de la gran compañía donde su hija Ines trabaja duramente como ejecutiva de perfecto traje negro y blusa blanca. Ines está en una competitiva carrera por ascender cada vez más y la aparición de este estrafalario personaje no le puede resultar más incómodo.
Primeramente Ines logra zafar y no revelar a sus compañeros que se trata de su padre haciendo bromas (que nadie entiende realmente demasiado), pero Winfried-Toni ha viajado desde Alemania decidido a recuperar a su hija.
No ceja. Se le aparece por cocteles de negocio —con su indumentaria de homeless y su “disfraz”—, se entromete, mantiene conversaciones que deja a medias con importantes personajes del ambiente en que se desenvuelve su hija.
En este contraste superlativo el espectador empieza a confundirse: ¿qué es más ridículo? ¿este hombre y sus disfraces absurdos? ¿o estos seres vestidos todos más o menos iguales dedicando cada segundo de sus vidas y de sus almas a subir peldaños en ese mundo racional y frío de los negocios?
Ines intenta controlar la situación, no alterarse, mantener su exigente rutina, aquella donde su padre con sus juegos infantiles no tienen cabida. Y aunque le reprocha que está arruinando su carrera, Ines no es del todo insensible como para no entender que esta hecatombe en su estructurada vida tiene un sentido profundo. Porque ¿para qué quiere ser más y más exitosa si no hay tiempo para divertirse ni para ser hija?
Maren Ade no para de sorprender al espectador: el proceso de acercamiento de estos dos seres que parecen de distintos planetas —pero que conservan ese hilo de afecto filial que no se ha roto a pesar de todo— es tan poco convencional como toda la película.
Implica tomas de conciencia, cambios tenuamente perceptibles y acciones siempre bizarras. ¡Nada aquí es de otro modo!
La fiesta desnuda —circunspecta, tensa, fuera de lugar, ¡todo menos erótica!— es una de las varias secuencias inolvidables de este muy particular filme.
Toni Edmann es un cóctel de humor surrealista, drama y también ternura.
Y sobre todo es una película que ningún cinéfilo puede dejar pasar.
Copyright Anajosefasilva.cl 2014