Escribe Marco Antonio de la Parra
@marcodelaparra
Desde el título, Una Mujer Fantástica, el filme de Sebastián Lelio plantea un jaque a la sociedad contemporánea en general y chilena en particular. La mujer que se sueña mujer, que se fantasea mujer, la mujer no solamente en superlativo parodia de Wonder Woman, para demostrar que lucha contra la segregación y la maquinaria estatal como lo vemos en las películas sobre los afroamericanos, por solo dar un ejemplo.
El personaje de Marina pudo ser actuado por una mujer y la película habría perdido ese aspecto performático y casi documental que tiene. La elección de Francisco Reyes como su pareja hace un cortocircuito en el público chileno que no es menor. El galán por antonomasia de multitud de teleseries cae enamorado de una mujer de fantasía, la fantaseada, la especial, la fuera de serie en el sentido mismo de la frase, la muy distinta, la que es porque cree serlo, la que no es en lo anatómico y sí en lo psicológico.
La sociedad chilena de la larga transición no puede estar mejor representada que por una mujer (pudo ser un hombre) transgénero que intenta la normalización del amor y en la muerte de su pareja y se encuentra con la lenta movilización de las reglas y leyes que rodean su deseo fantástico de conseguir que el dolor de una identidad de género que no hace juego con su cuerpo cese del todo.
La complejidad del mundo LGTB es enorme. Ya no es un tema de homofobias, ya no es solamente una orientación sexual, ha ido emergiendo ligado a los cambios de una sociedad que abre con dolor espacio para todos.
El filme de Lelio, quien dirige adrede a Daniela Vega con un trabajo minimalista, de planos largos, está lleno de símbolos que van mostrando su dolor y su lucha contra un rechazo esperable en un país donde muere Daniel Zamudio, similar a muchos países del mundo donde aún la homosexualidad (ni siquiera los o las transgénero) es delito, pero que está poniendo sobre el tapete la discusión de su visibilidad y su normalización.
El filme parte con las cataratas del Iguazú. Es una fantasía, es el viaje fantástico que Orlando anunciará a Marina pero del cual no veremos trazos del pasaje perdido ni siquiera en el casillero vacío del sauna. Es una cita también al final de Happy Together, película de Wong Kar Wai sobre una tormentosa relación homosexual. Como si dijera que la historia continúa.
A poco andar tenemos la muerte de Orlando de causa natural y el rechazo de la familia de él en una serie de secuencias que tal vez remontan a un filme de Tom Ford, A Single Man con Colin Firth representando a un hombre gay que pierde a su pareja casada y recibe el llamado que le comunica el deceso y le solicita no se acerque al funeral. Es Los Angeles y son los años 60.
En la película de Lelio es Chile en el siglo XXI y duele ver nuestra sociedad reacia, cruel, humillante, ignominiosa.
Hay muchas escenas cargadas de sentido metafórico: la lucha contra el viento. Marina subida arriba del station de la familia de Orlando pidiendo de vuelta su mascota, el baño de tina con el espejo cubriendo el pubis (cita de un autorretrato de los años 80) que parece preguntar dónde está la identidad de género, si en los genitales o en la propia mirada, en la propia mente. Me quedó dando vueltas la secuencia del sauna donde Marina -nunca tan ella/él como entoda la película- debe recurrir como disfraz a su propio cuerpo para entrar en el sector de hombres, cambiando de ubicación su toalla para saber qué había en el casillero de Orlando, encontrándose con el vacío. ¿No había nada para ella? ¿Ni los pasajes al Iguazú? ¿Era todo fantasía? No en vano el amor es siempre fantástico. No solo en cuanto excepcional sino que es una fantasía sobre el otro, sobre la eternidad, sobre lo imposible de vivir sin el otro.
Película de amor imposible, Una Mujer Fantástica le permite a Sebastián Lelio poetizar la cruenta resistencia de una sociedad que aún no termina de entenderse a sí misma como plural y diversa pero donde el hecho de su presencia como obra de arte da testimonio de que en esa lucha contra el viento, se están dando pasos hacia delante.
Las redes sociales han mostrado desde lo más rechazante o lo más cálido y cercano, capaces de conmoverse por el drama de Marina; desde los que son incapaces de entender el ritmo pausado del filme (víctimas del vértigo del corte a la yanqui) a los que no comprenden el estilo de actuación que le ha pedido Lelio a Daniela Vega y que es parte de su elección estilística.
Una Mujer Fantástica es un espejo social y personal. Es para los hombres mirar el objeto del deseo y encontrarse con el mareo del cuerpo que traiciona la identidad. Es para las mujeres reflejarse en qué es lo femenino, la moda, el gesto. La fantasía que somos de nosotros mismos.
Ese espejo en el pubis nos mira toda la película.
Nos pregunta ¿quiénes somos?
Como personas y como sociedad.
Nos recuerda que la identidad sexual no la construye el deseo sino el amor.
Y en muchos momentos, muchos descubren que aún estamos en trans-ición , que ante eso no tenemos respuesta.
No hay otro filme en Occidente que plantee este dilema de esta sutil manera.
Y es su fuerza.
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