¿Hay algo más que decir acerca de la guerra que no lo hayan dicho ya las innumerables producciones bélicas disponibles en el mundo entero, desde que el cine existe?
Parece obvio que mientras haya guerra, la respuesta sea sí.
La pregunta es si alguna nueva película nos hará ver aquel trazo humano en el que no habíamos reparado.
Kathryn Bigelow sí tiene algo que decir en “VIVIR AL LÍMITE”. La directora detiene su mirada en un particular oficio que ha debido profesionalizar el ejército estadounidense en Irak: los técnicos de bombas.
Bagdad, 2005, un día cualquiera. Aviso de bomba. La compañía acude con su robot, sus trajes especiales… La tensión no se detiene. No sólo por saber si el artefacto explotará antes, después o durante, sino porque el ambiente hostil que rodea al grupo y, sobre todo, la imposibilidad de saber quién es enemigo, quién victimario, quién víctima, mueve a los personajes en un trajín controlado y nervioso a la vez. La cámara ayuda: inestable (al hombro), con acercamientos o alejamientos bruscos, un montaje igualmente tenso…
A su potente aporte de contenido la película exhibe como mérito el magistral manejo del suspenso, un suspenso en sordina, nada aparatoso. Como los diálogos, que son triviales (o todo lo que pueden ser). No son los soldados los que nos entregan grandes reflexiones: ellos sólo nos exponen lo que viven los miles de seres humanos que viven actualmente en guerra.
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