Menos luminoso -porque es un lugar frío, semi montañoso, rodeado de bosques de pino- y sin tantas casitas de vallas blancas como las de Truman Show, pero igualmente ordenadito, perfecto, al pueblo de Wayward Pynes parece ser que se llegase por casualidad o porque se anda perdido.
El agente del FBI Ethan Burke (Matt Dillon) se enfila hacia allá —subiendo el camino boscoso, mapa en mano— porque está decidido a encontrar a dos compañeros desaparecidos, uno de ellos, su ex amante, la agente Kate Hewson.
Pero sufre un accidente y despierta en el hospital, uno inmenso, silencioso, de pasillos vacíos. Pam, la enfermera, una mujer algo mayor, solícita, de sonrisa tensa y discretamente amenazante solo le responde con lugares comunes que terminan exasperando a Burke.
En Wayward Pynes solo hay teléfonos fijos en cada casa, local, bar, café u oficina y a veces -sobre todo a la medianoche- suenan todos a la vez, con esa campanilla que algunos usan como ringtone vintage en sus celulares. Y esas llamadas deben ser respondidas.
Todo está perfectamente organizado allí, pero lo que no logra Burke es algo tan sencillo en el siglo XXI como lo es comunicarse con su familia… ni con nadie fuera del pueblo.
Mientras, en la ciudad, su mujer Theresa, y su hijo, Ben, un chico de secundaria, lo llaman una y ora vez a su celular (que da al buzón de voz) y esperan alguna señal de vida. Hasta que Theresa, desesperada, se anima ir a las oficinas del FBI suplicando a los jefes de su marido que le den información.
Por su parte, ciertamente Burke no se queda quieto: investiga, pregunta, va de allá para acá. Consigue averiguar cosas, incluso traspasar algunos rostros sonrientes y herméticos, pero lo que no logra es salir de allí.
Pesadillesco, angustiante, ambiguo, pero tan real que el espectador se involucra sin remedio, este mundillo de apariencia bucólica está plagado de sorpresas inquietantes.
Junto con Burke, uno sospecha de todo el mundo y necesita desesperadamente saber ¡qué pasa!, dónde empiezan y/o terminan las verdades y las mentiras. De todo ese desfile de personajes ¿quién es quién? ¿A nadie le extraña lo que ocurre (o no ocurre) allí?
Y sí que lo vamos sabiendo: pero las verdades que se nos van revelando no nos alivian, como esperábamos, sino que nos conducen y enfrentan a algo peor y más intrincado.
Porque Wayward Pynes es una trepidante sucesión de misterios —que mezclan lo sicológico, lo sociopolítico y lo fantástico— que se van develando sin parar, solo para que nuestro protagonista se dé de narices con más situaciones inciertas y desconcertantes, que lo mantienen atrapado.
Imposible no pensar en Twin Peaks, la mítica serie del 90 y 91, en la que se aventuró David Lynch (solo dirigió seis episodios), con dispar resultado.
Pero lo único que une a esta dos series es que transcurren en un pueblito aparentemente perfecto, donde “nada es lo que parece”.
De tintes orwellianos, Wayward Pynes es el panóptico de Foucault, un lugar donde todos están vigilados permanentemente; son siempre visibles para un alguien invisible.
Claro que este es un pueblo encantador, donde cada uno tiene su trabajo y su función, sus lindas casas, sus familias.
Solo hay reglas que cumplir.
Y como en la Edad Media, la Revolución Francesa y el Viejo Oeste, quienes las rompen son castigados públicamente.
Para el espectador no hay tregua: no hay uno solo de los 10 capítulos en que afloje la tensión. Aunque, es cierto, los episodios finales hay que verlos con un respirador artificial al lado.
Varias incógnitas se han despejado y ya sabemos -de entre los que han sobrevivido-, más o menos, quién es quién.
Pero cuando creíamos que habíamos llegado a alguna suerte de explicaciones “razonables”, tras un capítulo que es una orgía de sangre, otra incómoda sorpresa nos aguarda.
Se lo advierto: este es un trago de los fuertes.
DATOS
La serie está basada en las tres novelas que Blake Crouch publicó entre 2012 y 2014.
Chad Hodge es el creador y jefe del equipo de guionistas (entre los que se cuenta el propio Crouch). M. Night Shyalaman (Sexto sentido) es uno de los directores.
En el reparto figuran, además de Dillon (Crash, Criaturas salvajes), Toby Jones (Capote en Infamous), Melissa Leo, Juliette Lewis, entre otros.
PANOPTISMO
El concepto de panóptico es analizado por Michel Foucault en su libro “Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión” (1975), el que tomó de la idea de prisión perfecta que diseñó a fines del siglo XVIII el filósofo Jeremy Bentahm. En ella se concibe a un prisionero que sabe que es visible permanentemente (porque desconoce en qué momento deja de ser vigilado). Quien vigila tiene el poder incluso de anticiparse a las conductas y de modificarlas, de acuerdo a esta teoría que, en esos momentos de la historia solo podría valerse de la arquitectura para ello.
En la serie, naturalmente, se cuenta con tecnología de última generación (y más) para que los menos ejerzan este poder sobre la masa.
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