En una localidad rural de Bulgaria, cerca de la frontera con Grecia, transcurre Western. Allí, en medio de una naturaleza verde y boscosa que la cámara captura con generosidad, se ha instalado un grupo de obreros alemanes.
En el campamento, cerca del cual corre un río, han izado su bandera en un gesto más bien juguetón, que es, no obstante, inevitablemente provocativo. En algún sentido, son invasores: están allí para construir una central hidráulica (se supone en beneficio de las aldeas del sector), que acarreará roces y algún conflicto precisamente por la escasez de agua. Pero en realidad aquí, ellos son inmigrantes y estarán permanentemente lidiando con la barrera del idioma.
De los recién llegados, Meinhard es el más enigmático y a la vez quien mejor tiende puentes con la comunidad. Es el auténtico forastero, un hombre sin raíces -es poco lo que sabemos de él-, que quizás busca allí algo parecido a un hogar. Carece de la arrogancia de algunos de sus compañeros y es reacio a contribuir a la formación de bandos contrapuestos. Por eso es el primero en vencer la suspicacia de los aldeanos, en “comunicarse” a punta de señas, gestos y balbuceos; en compartir, a pesar de su carácter introvertido.
Al comienzo, en sus caminatas curioseando el entorno, encuentra un caballo blanco, al que le toma cariño y que será simbólicamente relevante en la relación que establece con esta tierra ignota. Luego conoce a un chico que le enseñará a cabalgarlo.
La película de la directora alemana Valeska Grisebach -que pasó por la Quincena de Realizadores de Cannes- es de un naturalismo tan extremo que parece un documental sin guión, ni nudo dramático. La realizadora trabaja con actores no profesionales a los que captura en su quehacer diario y su tiempo libre, con una naturaleza omnipresente.
Sin embargo, las tensiones están y se manifiestan una y otra vez en situaciones que amenazan con estallar, pero que Grisebach, a años luz del estilo hollywoodense, contiene con mano diestra.
Asimismo, es muy efectiva para transmitir al espectador el stress que implica intentar entenderse sin conocer una sola palabra del idioma del otro. Es aquí donde más fuertes se sienten las fronteras.
Algunos son conflictos concretos -el corte de agua, la broma tonta en el río, la falta de materiales- pero lo que los alimenta es aquella desconfianza, ya atenuada, que permanece en la base de las relaciones entre ciertos países europeos.
Western es una película interesada en describir la cotidianeidad y tradiciones ancestrales de estos rincones jamás vistos por el turismo -algo evidente en la secuencia final- y en hacer foco en este antihéroe solitario y desarraigado, tan propio del género al que alude el título.
Meinhard carga heridas a las que apenas nos asomamos y es aquí, un país algunos peldaños más abajo en desarrollo que el suyo, donde parece haber encontrado su sitio y su identidad. A pesar del idioma, a pesar de todo.
Otra manera de hacer cine. Muy interesante.
Perfecta para cinéfil@s.
Copyright Anajosefasilva.cl 2014